Los exorcistas

COLUMNISTAS | JENOFONTE

El infiltrado de Boko Haram en el arzobispado de Burgos, firme
defensor del Estado Vaticano, se sorprendió de que los exorcismos realizados
contra El Demonio no dieran resultados.

Por motivos que no comprendía, estaba
convencido de que habían perdido la batalla. Viajó a encerrarse tres días de ni
a pan ni a agua junto a la insepulta vidente Amparito de El Escorial –en futuro
proceso de beatificación– y volvió descompuesto al mundo pensando que, tal vez,
el mal no estaba en los demonios –que al fin y al cabo eran pocos y cobardes–,
sino en la proliferación inabarcable de vírgenes y santos a los que tener que
arrojar almas para alimentar. De repente le entró pánico; quizá lo que tenían
que hacer era exorcizar a los creyentes y no a los descreídos, que ya se las
apañarían solos. Calculó que las infernales riquezas, acumuladas por los suyos durante
milenios de extorsión y robo, no llegarían ni para contratar a la mitad de
exorcistas necesarios para convencer a los doctrinarios de que todo había sido
una gran patraña: ‘imagínense ustedes’ se decía, ‘cómo sacarles la cosa de la
cabeza a los que se sienten hechizados por la Virgen del Rocío, por La
Macarena, por La del Pilar, por La de la Almudena, por La de Fátima, por La de
Lourdes, por La de Aránzazu, por La de Valvanera, por Santa Teresa… Y lo peor
de todo, cómo exorcizar a los poseídos por Radio María.’

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