El ciprés truncado que guarda la memoria de los hombres y mujeres que murieron en la conquista de la libertad

MEMORIA HISTÓRICA | Madrid/Barcelona | Fotos de M.A.F.: mitin de Alfonso Álvarez. | Extraído del cnt nº 428.

Hoy la montaña de Montjuïc, es visitada por sus instalaciones deportivas y sus espacios de recreo, pero la población de Barcelona no olvida que, hasta hace bien poco, el solo eco de su nombre, producía escalofríos entre aquellos hombres y mujeres del pueblo entregados a la lucha social, y especialmente para los provenientes de las filas del anarquismo y el sindicalismo.

No en vano desde el castillo de Montjuïc se bombardeó la ciudad en varias ocasiones y fue escenario habitual del encierro y fusilamiento de numerosos revolucionarios: allí dieron con sus huesos miles de trabajadores durante la Semana Trágica o la huelga de la Canadiense; allí fue fusilado, ante el repudio internacional, el pedagogo y librepensador Ferrer i Guàrdia y cerca de la fortaleza se encuentra precisamente el Fossar de la Pedrera, lugar escogido por el franquismo para enterrar a los fusilados en el Campo de la Bota —más connotaciones siniestras— donde fueron a parar los cuerpos de 4000 víctimas de la represión fascista distribuidos en cajas cubiertas de cal viva para que la putrefacción se produjese lo antes posible.

El Fossar de la Pedrera fue el lugar escogido por el franquismo para enterrar a los fusilados en el Campo de la Bota, donde fueron a parar los cuerpos de 4000 víctimas de la represión fascista distribuidos en cajas cubiertas de cal viva para que la putrefacción se produjese lo antes posible.

Socialistas, comunistas, republicanos y libertarios comparten espacio en la antigua cantera que, hasta 1985, no fue rehabilitada como espacio de memoria de «los ejecutados por el franquismo en Cataluña después de la Guerra Civil». Ese año el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol; el alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall; familiares de Lluís Companys y miembros de la Associació Pro-Memòria, inauguraban un memorial que comprende un conjunto arquitectónico, una gran zona ajardinada, el mausoleo de Companys y otros espacios de recuerdo como el dedicado a las víctimas del Holocausto.

Pero pese al necesario reconocimiento a las víctimas —seguramente por genérico y oficial—, en el Fossar de la Pedrera se seguía respirando silencio por los libertarios de una CNT catalana que había sufrido en sus carnes la más indiscriminada de las represiones. No es pues extraño que, con motivo del centenario de la organización, una de las primeras acciones en las que pensara la comisión creada a tal efecto, fuera precisamente la de reparar la anomalía histórica y poner en valor y restaurar en el lugar la memoria de un movimiento libertario prácticamente olvidado por las fuerzas institucionales.

Con ese objetivo se ideó la colocación en el lugar de un monolito, obra del escultor vasco Juanjo Novella, que ya había destacado previamente con otras instalaciones espectaculares, como La huella en el monte de Artxanda que, coronando el municipio bilbaíno, homenajea a los gudaris que pelearon en sus laderas tratando de evitar la caída de la ciudad en las garras fascistas.

Puestos manos a la obra, el proceso no estuvo exento de complicaciones, alguna vez por kafkianos debates internos; y más esperable, por las habituales zancadillas institucionales. Unas zancadillas, resueltas finalmente en 2010 en una reunión con el representante del ayuntamiento, Vicenç Sanclemente, a la que asistimos quien escribe, en representación del comité confederal como secretario de Comunicación, y la compañera Sònia Turón, integrante de la comisión organizadora de los actos del centenario.

Una vez sorteados todos los obstáculos, solo quedaba hacer un llamamiento a la afiliación —y especialmente a aquella de edad más avanzada— para asistir al acto que el 18 de junio de 2011 iba servir de colofón a un año de celebraciones con las que la CNT había venido recordado y festejando sus cien incansables años de historia y lucha.

En la fecha señalada, un gentío de cenetistas y amigos de la Confederación de todas las edades, se agolpó desde primeras horas de la mañana en la campa destinada a tal efecto, y entre saludos, abrazos y, aunque todavía no lo sabíamos, también despedidas de algunos compañeros y compañeras veteranos que pronto nos iban a abandonar, nos congregamos para celebrar un emotivo homenaje a las víctimas del fascismo: Alfonso Álvarez, secretario general del sindicato por aquellos días, rememoró desde la tribuna cómo su padre y otros compañeros se reunían en la plaza del pueblo cada 1 de mayo durante los años más duros del franquismo. «Nadie les había convocado, pero allí estaban año tras año»; la historiadora y compañera Antonina Rodrigo, nos recordó las gestas de aquella generación de hombres y mujeres «cuya edad cronológica no se correspondía con su madurez»; el histórico militante Octavio Alberola compartió la necesidad de hacer justicia con los asesinados por el fascismo y Juanjo Novella agradeció la cálida acogida a su obra. Como broche de oro a las palabras de los discursos, el grupo Poupees electriques nos deleitó con una actuación musical en la que repasaron los familiares himnos confederales ‘A las barricadas’ e ‘Hijos del pueblo’, con los que poner a prueba las, a veces escasas, dotes de canto de los asistentes, pero también el romance de ‘Durruti, Ascaso y García Oliver’ del inolvidable Chicho Sánchez Ferlosio.

«Als homes i dones de la CNT que van morir en la conquesta de la llibertat i per la revolució social»

Juanjo Novelda

El resto del día lo dedicamos a participar en la ofrenda floral a los pies del ciprés truncado de Novella, a confraternizar y compartir experiencias con los compañeros. Y muy especialmente, a repartir cariño y atenciones a aquellos hombres y mujeres que habían vivido la gesta de los años gloriosos del anarcosindicalismo y todavía sacaban fuerzas para asistir a la celebración confederal: Félix Padín, Conxa Pérez, Enric Cassanyes, Margot Suárez, Emma Martínez, Rai Ferrer, Domingo Gómez, Manuel Milán, Guillermina Peiró, Carmen García, Carmen Estellés, Enric Melic, Eugenio Camarasa, Doris Essinger… y tantos otros veteranos, cuyos nombres seguro se me olvidan, participantes en aquella última gran reunión confederal para muchos de ellos.

Han pasado diez años y allí sigue, imponente, el ciprés de hierro de Juanjo Novelda, sus 4,20 m. de alto y 20 mm. de espesor, su metro de diámetro y esa frase troquelada «Als homes i dones de la CNT que van morir en la conquesta de la llibertat i per la revolució social» que tanto nos acerca a una generación que palpó el cielo de la revolución con sus manos callosas… para ser inmediatamente diezmada por el fascismo criminal.

¡Siempre en nuestro recuerdo, compañeros!

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