Empleadas del hogar: las olvidadas

DOSIER Trabajar para se pobre | Bilbao | Ilustra Raulowsky | Extraído del cnt nº 422

Hay trabajos y trabajos. Trabajos para los que uno se prepara a fondo con ilusión y mucho sacrificio, y trabajos en los que se acaba no se sabe muy bien cómo. Estos últimos, a veces pretenden ser solamente temporales hasta que mejore la situación o el mercado, hasta que pueda dedicarme a lo mío, hasta que consiga los papeles, pero en muchos casos estos curros acaban siendo temporales para siempre. Tal es el caso de muchas mujeres, en su mayoría inmigrantes que llegan aquí y acaban realizando el trabajo doméstico. Siempre he pensado que algo inherente a la migración es la ilusión. Cuando alguien abandona su hogar siempre es en busca de un futuro mejor, dejando atrás todo lo conocido hasta ese momento y, adentrándose en la incertidumbre de un destino lleno de esperanza es fácil creer que con el esfuerzo suficiente todo es posible. El caso de las trabajadoras del hogar parece estar diseñado para emplear a mujeres pobres con la idea de que nunca salgan de la pobreza.

Las trabas burocráticas probablemente sean el primer obstáculo al que tienen que enfrentarse una vez llegadas a destino. Por culpa de unos y otras, una medida temporal para salir adelante se eterniza. Permisos de residencia, de trabajo, contratos laborales… Todo tarda demasiado en llegar, y hay que esperar, porque ser pobre también es tener que esperar.

Ser pobre, es mucho más que no tener dinero. Es también tener más dificultades para acceder a él, estando muchas veces fuera del alcance el ahorro y teniendo más dependencia de los créditos; significa tener una salud peor que personas con un mayor poder adquisitivo, ya sea por un difícil acceso a una alimentación saludable, diversos obstáculos para el tratamiento de ciertas dolencias y sobre todo mayor exposición a trabajos de riesgo en cuanto a la salud e higiene; también tener dificultades para acceder a ciertos niveles de educación, ya que en éste ámbito cada vez es más necesaria una mayor inversión económica. Y por supuesto significa tener menos tiempo, para descansar, para estar con los tuyos, para atender a tus intereses y necesidades personales.

El caso de las trabajadoras del hogar parece estar diseñado para emplear a mujeres pobres con la idea de que nunca salgan de la pobreza.

Y mientras ellas hacen frente a sus propias crisis: frustración por no poder optar a otro tipo de trabajo, discriminaciones diversas y abusos laborales constantes (en el caso de las internas, las condiciones rozan la esclavitud: jornadas prácticamente sin regular, intrusión en la vida privada y salarios aún más precarios ya que en ocasiones las empleadoras consideran el alojamiento y la comida parte del pago), realizan labores clave en la actual crisis de cuidados originada por a la fuerte feminización que tradicionalmente han tenido los trabajos del hogar. Es alrededor de los años 70, cuando se rompió el modelo de la familia nuclear y se originó un nuevo escenario en la división de los roles de género: el abandono del binomio cuidadora-proveedor. De siempre, en caso de disponer del dinero necesario, se ha podido contratar a otra persona para el desempeño de estas labores y en la década de los 90, la globalización y las necesidades de cubrir estos aspectos del día a día, contribuyeron a las migraciones iniciándose así las cadenas globales de cuidados. Es en este punto cuando la crisis se expande: las mujeres migrantes dejan de cuidar a los suyos para poder atender a los cuidados de las familias contratantes que, a su vez, han dejado de llevar a cabo estas labores para dedicar más tiempo al trabajo remunerado. Es así como en muchos hogares se encuentran soluciones individuales a problemas colectivos, ya que la opción más fácil es contratar a alguien para que nos saque de ese atolladero en lugar de llevar a cabo otras reivindicaciones como, por ejemplo, la corresponsabilidad por parte de otras personas dentro y fuera de la familia y, sobre todo, de las empresas, ya que al fin y al cabo se está dejando de atender a personas para atender a mercados donde son las compañías las principales beneficiadas.

La nueva regulación del Régimen General de Trabajadoras del Hogar regula la contratación, que deberá de ser por escrito, incorpora dos pagas extra frente a las dos medias pagas establecidas anteriormente, y da derecho al descanso semanal, la baja por enfermedad y la baja por accidente. Aunque en la práctica no hay ninguna responsabilidad pública mediante inspección laboral para que se cumpla esa normativa debido al derecho a la inviolabilidad del domicilio y tampoco se reconoce el derecho a la prestación por desempleo. ¿Cómo lograr estabilidad con un puesto de trabajo en el que pueden decirte «mañana ya no vengas», y no pasa absolutamente nada? ¿Cómo hacer planes a largo plazo sin una mínima estabilidad económica?

Mientras los políticos siguen inmersos en el discurso de la creación de puestos de trabajo y el peligro del aumento masivo de los contratos temporales, en la vida real todavía tenemos que lidiar con situaciones en las que ni siquiera hay un contrato temporal. Y si hay algo de lo que nos cansamos oír hablar en los medios de comunicación, especialmente durante campañas electorales, es del trabajo y la obsesión por ampliar el número de empleos. Todo se centra en generar empleo, en crear más puestos de trabajo. En medio de esa obsesión por la cantidad, nosotras nos preguntamos dónde queda la calidad. ¿Lo importante es que haya empleo para todas, aunque no te permita comer ni pagar el alquiler? Simplemente que haya empleo, mucho, el que sea, pero que los números digan que han creado toneladas de empleos.

Urge reivindicar cuidados organizados en base a lo colectivo y un mercado laboral ajustado a las necesidades de las personas y no a las demandas empresariales.

A veces, no puedo dejar de pensar cuando en clase de sociales una profesora nos explicaba orgullosa que vivíamos en un país de servicios, como Alemania y Francia y que ya habíamos superado el tener que depender de los otros sectores, utilizando este argumento como una indicación de alto estatus. Pero, ¿podría ser que las políticas que se enfocan en la creación de empleo en el sector servicios nos condenan a la pobreza? Los servicios necesitan de usuarios que estén dispuestos a invertir su dinero en algo que la mayoría de las veces es prescindible. Da la sensación de que para hacernos caer en ese consumo la clave está en el tiempo y el concepto de ocio. Un trabajador con muy poco tiempo de ocio se planteará contratar servicios que le ayuden a realizar tareas cotidianas que no son de su agrado: limpiar, planchar, ir a la compra. Otras veces resulta imposible compaginar los horarios de trabajo con colegios, centros de día y es necesario contratar a alguien para que nos cubran en determinadas ocasiones, pero ¿cómo hacer que una persona trabajadora pueda emplear a otra, y pretender pagar un salario digno, cuando muchas veces ni siquiera la contratante lo tiene? Sin querer nos vemos inmersos en una rueda de gasto que nos hace ganar dinero, gastar ese dinero en servicios que nos ahorran tiempo, para pagar esos servicios necesitamos trabajar más tiempo, lo cual nos hace tener menos tiempo para dedicar a nuestro ocio, y aumentamos el gasto en más servicios que nos ahorran más tiempo. Y por otro lado, tenemos el empleo precario que genera consumo precario con mercancías hechas a bajo coste por gente en condiciones todavía más indignas, lo cual nos devuelve al punto de partida, muchas veces el origen de las migraciones. Por todo esto urge reivindicar cuidados organizados en base a lo colectivo y un mercado laboral ajustado a las necesidades de las personas y no a las demandas empresariales.

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