Pandemia y crisis de cuidados

NOSOTRAS | Ilustración LaRara | Extraído del cnt nº 428.

Jamás nos hubiésemos imaginado que un día nos íbamos a levantar de la cama con la noticia de que las escuelas, institutos y guarderías permanecerían cerradas totalmente por la pandemia. Que no podríamos recurrir a la familia para cuidar de nuestras niñas y niños, que no iban a poder salir de casa. Capeamos como pudimos, pensando que en quince días, todo volvería a abrirse y nuestros empleos no correrían peligro. Pues no, pasaron quincenas, una detrás de otra y así, asimilando poquito a poco, improvisando a marchas forzadas llegaron las vacaciones de verano.

Nos echamos las manos a la cabeza y se nos hundió el pecho cuando nos dieron la noticia de que no podíamos ir a las residencias a ver a nuestros mayores, o en el caso de personas todavía autónomas que viven solas, por miedo y por estado de alarma, no salían de casa y que en muchas ocasiones, no volveríamos a verlas jamás. Sin un último abrazo, ni despedida, se nos arrebató el tiempo de poder hacerlo.

A pesar de ser imprescindibles, esenciales; los cuidados siguen en el mismo lugar, asumidos por millones de mujeres socializadas para cuidar. Pero esta vez no sólo está precarizado, no reconocido y feminizado, esta vez expone mucho más a las mujeres que a los hombres al contagio.

Esos son los cuidados que nos ofreció el Estado, a ritmo de quédate en casa, se nos responsabilizó de actuar en consecuencia para que todo fuese bien y se nos culpó cuando la cosa se ponía fea. Así, empezamos a ver al ejército en las calles, sirenas y luces de la policía a todas horas, desmesuradamente y a una nueva figura, la ciudadanía más responsable y ejemplar salió a sus balcones y ventanas a vigilar.

Esto hizo el Estado por nuestra seguridad, así nos cuida y protege. Mientras, en las residencias no derivaban a los hospitales y la gente moría, la policía de balcón inundaba las redes sociales culpando a la que iba al súper varias veces por semana.

Empezamos a valorar los escasos recursos que tenemos para proporcionarnos salud, bienestar, educación pero que en pro de la economía relegamos a un segundo plano. Pues si bien el esfuerzo colectivo, con nuestros empleos, reaviva la economía es a costa de invisibilizar los cuidados y no valorar la vital importancia que tienen.
La medida de confinamiento de la población, cerrando centros educativos, guarderías, centros de día y otros servicios de atención a personas dependientes concentró aún más la responsabilidad de los cuidados en las familias, los servicios de apoyo externos que ya eran deficitarios, desaparecieron.

A pesar de ser imprescindibles, esenciales; los cuidados siguen en el mismo lugar, asumidos por millones de mujeres socializadas para cuidar. Pero esta vez no sólo está precarizado, no reconocido y feminizado, esta vez expone mucho más a las mujeres que a los hombres al contagio. Asumiendo con mayor frecuencia las tareas domésticas, los cuidados a menores, mayores y por supuesto a las personas enfermas, supone un mayor riesgo de contraer la enfermedad.

Opciones como el teletrabajo, donde la mayoría tenía que compaginar los estudios de menores a su cargo, cuidados y producción supuso un sobreesfuerzo para llegar a resultados óptimos, mientras las empresas no han relajado nunca las exigencias.

Ejemplos como la ayuda a domicilio, que fue reducida drásticamente por miedo al contagio, dejando a las trabajadoras en la calle y a las personas usuarias sin ayuda, siendo la familia quien ha proporcionado el cuidado y el afecto «a distancia». También el cuidado de dependientes pasó a recaer sobre las familias por miedo a ingresar en residencias y sufrir contagios.

Trabajadoras del hogar internas que si ya antes de la pandemia su situación era abusiva, muchas mujeres llevan desde el comienzo del estado de alarma obligadas a estar encerradas en su trabajo por el día y metidas en una habitación por la noche, de lunes a domingo sin días de descanso y sin tener otro contacto que la persona a la que cuida.

Hogares con criaturas siguiendo el curso mediante video-llamadas y aplicaciones diversas, donde también ha quedado constancia que no es lo mismo seguir el curso con un ordenador conectado a la red, que con el móvil de su madre o padre cuando volvían del trabajo. También recayó sobre las familias. Cuando se anunció la vuelta a los centros educativos en septiembre, eso hizo el Estado, anunciarlo, las medidas para que fuese posible la convivencia sin contagios, las aportaron las personas trabajadoras de cada centro y las familias, exponiéndose.

Opciones como el teletrabajo, donde la mayoría tenía que compaginar los estudios de menores a su cargo, cuidados y producción supuso un sobreesfuerzo para llegar a resultados óptimos, mientras las empresas no han relajado nunca las exigencias. Opción en la que además ha sido relevante la discriminación por género. Se han acogido a esta medida más mujeres que hombres y si se daba el caso que ambos teletrabajan, la mayoría de los hombres lo hacían en una habitación a parte y la mayoría de las mujeres lo hacían en la zona común, responsabilizándose así de cuidados y deberes de los hijos e hijas de ambos.

Los cuidados, feminizados y no remunerados, actúan como un mitigador en cualquier crisis, así infravalorándolos e invisibilizándolos, las mujeres asumimos gratis la carga o, si es posible, la exteriorizamos hacia mujeres más pobres.

Personal sanitario, en primera línea desde el minuto uno, más expuestas que nadie, auxiliares de clínica, de cocina, de limpieza, enfermeras, médicas,… contagiadas en sus centros de trabajo, empieza a reconocerse la covid como enfermedad profesional, de 110.000 personas contagiadas, sólo 14.358 son reconocidas como tal. Así trata el Estado a las que ejercen cuidados, salud y bienestar.

Los cuidados, feminizados y no remunerados, actúan como un mitigador en cualquier crisis, así infravalorándolos e invisibilizándolos, las mujeres asumimos gratis la carga o, si es posible, la exteriorizamos hacia mujeres más pobres. Con esta crisis, el trabajo que hay que resolver dentro de las familias ha aumentado considerablemente, mientras que su reparto ha cambiado muy poco. Estamos viendo como es mucho más fuerte el impacto negativo que tiene la normalización del cuidado como una responsabilidad femenina y deja mucho más claro que la división sexual del trabajo desfavorece e influye negativamente en la vida de las mujeres.

Controlar la pandemia no ha debido ir por separado de los cuidados, porque ha significado priorizar unas vidas sobre otras, aquellas que no sobrevivirán a esta inmensa pérdida de apoyos externos y recursos económicos. Mientras el Estado nos pedía distanciamiento social para parar el virus, personas sin recursos, hacinadas en pisos, recurrían al apoyo mutuo y la solidaridad del barrio. Mientras el Estado facilitó ERTEs para que las empresas no perdieran demasiado, las familias vimos mermados nuestros ingresos, sobre todo por la pérdida de trabajo de muchas mujeres. Mientras nos pedía hacer compras enormes para no tener que salir de casa, como si eso estuviese al alcance de cualquiera, ponía al ejército y a la policía a preguntarnos dónde íbamos,…

A cuidar, a cuidarnos entre todas.

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