Reducción de jornada: una reivindicación vigente

Miranda de Ebro | Ilustración: La vida laboral, de LaRara | Extraído del cnt nº 421

Con motivo de su efeméride, el último número del cnt se hacía eco de la gran gesta del movimiento obrero en España (y a nivel mundial, pues fue la primera ley universal que repercutía a todos los trabajadores y trabajadoras y no solo a un sector concreto) como fue la consecución de la jornada laboral de 8 horas hace ya cien años gracias a la lucha que desempeñó la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) durante la huelga de La Canadiense.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS

Pero nada ocurre por casualidad. Las reivindicaciones anarcosindicalistas sobre la reducción de la jornada laboral han sido una constante a lo largo de su historia. Desde que el socialista utópico Robert Owen realizase la primera formulación en 1817 con la célebre propuesta de «cho horas de trabajo, ocho horas de recreo, ocho horas de descanso» hasta la actualidad, hubo entre medias una larga lucha por la reducción de la jornada de trabajo.

El movimiento obrero agrupado en la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), ya en su primer Congreso de Ginebra en 1866 (Bakunin ingresaría dos años más tarde) asumió la demanda de las 8 horas «como límite legal de la jornada laboral».

Dos décadas más tarde se produciría en Chicago la conocida revuelta de Haymarket por la jornada de las 8 horas, desembocando aquel trágico suceso (el Estado ejecutó a cuatro anarquistas, pasando a la historia como «los mártires de Chicago») en la gran cita mundial de los trabajadores y trabajadoras: el nacimiento del Primero de Mayo como Día Internacional de los Trabajadores.

Resulta evidente las mejoras que a nivel físico y de salud mental conlleva reducir la jornada laboral, así como de cara a la conciliación, el descanso y el disfrute del tiempo libre, manteniendo esa máxima del movimiento obrero: trabajar para vivir, no vivir para trabajar

En España, los primeros pasos del anarquismo organizado a través de la Federación Regional Española (FRE) en su III Congreso celebrado en Córdoba a finales de 1872 y principios de 1873, sostenía «la reducción de las horas de trabajo sin merma de salario». Desde entonces ha sido una reivindicación constante en todos los congresos anarcosindicalistas. Figuras destacadas como Anselmo Lorenzo o Joan Peiró abordaron esta cuestión en sus escritos:

«Entendámonos. Cuando el proletariado se lanza a la lucha en pos de una conquista económica, esto es, de un aumento en los salarios, la conquista no es más que, una ilusión. La burguesía carga sobre la producción el tanto por ciento equivalente al aumento adquirido por la mano de obra, y la consecuencia es lógica: el proletariado ha visto aumentados sus salarios, pero ha visto a la vez, o casi a la vez, aumentar también el coste de la vida. El fenómeno es consubstancial del sistema económico de la sociedad capitalista, y la expresión del fenómeno es cosa fatal e indeclinable. No pasa lo mismo cuando la conquista representa la reducción de la jornada u otra mejora que tienda a la humanización de las condiciones del trabajo, ya que entonces, aunque el patronato no descuida nunca buscar la compensación correspondiente a la mejora o mejoras obtenidas por la mano de obra, y la compensación significa siempre recargar los precios de los productos, el proletariado alcanza una cantidad de libertad y de bienestar físico y moral, más tangibles y positivos que las conquistas económicas, que en ningún caso, o en pocos casos, representan ventaja alguna.» Joan Peiró en Problemas del sindicalismo y del anarquismo.

Esta histórica reivindicación encuentra su punto álgido en la península, concretamente en Sevilla, en vísperas del golpe de Estado de 1936, cuando la CNT a través del Sindicato Único de la Construcción (SUC), consigue en reunión con la patronal la firma de las 6 horas de trabajo diarias, es decir, 36 horas semanales de trabajo. Cabe destacar que esta campaña del anarcosindicalismo sevillano no surge de la nada. El formidable congreso confederal de Zaragoza potenció, a través de la Comisión de Relaciones de Sindicatos de la Construcción de la CNT, una batería de acciones en este sentido. Algo inaudito para la época (y para el momento actual) que apenas se pudo llegar a vislumbrar por culpa del alzamiento fascista. Para ahondar más en este episodio histórico, recomendamos la lectura del libro La jornada de seis horas. Movimiento obrero y reducción de la jornada de trabajo en el ramo de la construcción de Sevilla.

Desde la Transición hasta la actualidad, desde el anarcosindicalismo se ha seguido reivindicando de forma paulatina el descenso de la jornada de trabajo hasta llegar a la actual reivindicación de 30 horas semanales. La CNT entiende que esta medida favorecería entre otras cuestiones la creación de empleo y el reparto de la riqueza, puesto que se trata de una exigencia en la que no se vería afectado el salario del personal.

REIVINDICACIÓN VIGENTE

Parece obvia la vigencia de esta histórica reivindicación obrera si tenemos en cuenta simplemente el siguiente dato oficial: cada vez realizamos más horas extra remuneradas hasta alcanzar en 2018 la cifra más elevada de los últimos años con 166 millones de horas extraordinarias desempeñadas entre todos los trabajadores y trabajadoras en España. Es decir, que ni siquiera se está respetando la jornada estipulada de 40 horas semanales con el consiguiente perjuicio que ocasiona esta situación a la calidad de vida  y a la conciliación de las familias. Según informe en la web antibodies.com, trabajar por encima de las 40 horas semanales puede suponer perder alrededor de 2,25 años de vida.

Según un estudio elaborado por Sage el tiempo verdaderamente productivo de los trabajadores es inferior a las 30 horas de media a la semana. Por tanto, trabajar menos horas mejora la puntualidad, la productividad, la motivación de la plantilla y reduce el absentismo.

Todo ello en beneficio empresarial con el beneplácito del Gobierno de turno. Cabe recordar que la reciente medida del Gobierno del PSOE de obligar a las empresas a registrar la jornada laboral de sus plantillas, no conlleva en absoluto la prohibición o eliminación de las horas extraordinarias.

Dicho de otra manera, no es que reducir la jornada laboral sea una medida inviable o que repercuta negativamente en la economía. Es que esta reivindicación choca frontalmente con una ideología como es la capitalista en la que los beneficios priman sobre las personas. Ocurrió en 1909 con la huelga de La Canadiense y ocurre ahora, salvo con la ligera diferencia de que por entonces la clase trabajadora tenía bastante más claras ciertas cuestiones.

Y no solamente no repercute negativamente. Cada vez son más los estudios que afirman precisamente lo contrario. Según un estudio elaborado por Sage el tiempo verdaderamente productivo de los trabajadores es inferior a las 30 horas de media a la semana. Por tanto, trabajar menos horas mejora la puntualidad, la productividad, la motivación de la plantilla y reduce el absentismo.

SITUACIÓN INTERNACIONAL

Países como Suecia, Alemania o Nueva Zelanda han puesto en marcha experiencias piloto que avalan las tesis defendidas por los partidarios de reducir la jornada laboral.  Suecia en el sector de los servicios sociales, implantando una jornada de 6 horas. Alemania en el metalúrgico con las 28 horas semanales, y Nueva Zelanda con la semana de 4 días laborales. Todos estos experimentos coinciden en destacar un enorme beneficio para la conciliación familiar y la eliminación del estrés.

Al otro lado del charco, Chile se encuentra actualmente inmerso en un amplio debate por la implantación de la jornada de 40 horas semanales, encontrándose actualmente en las primeras posiciones de la lista de países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que más horas de trabajo semanales realizan.

A MODO DE CONCLUSIÓN

A lo largo de este artículo hemos podido comprobar cómo las tesis anarcosindicalistas sobre la propuesta de reducción de la jornada laboral están siendo secundadas hasta por el empresariado, que poco a poco va siendo consciente de que tal medida le aportaría más beneficios que pérdidas, especialmente en un contexto en el que la productividad la marca cada vez más los procesos tecnológicos y no la mano de obra humana.

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