Y aprendimos las palabras

PALABRAS PADENTRO | Extraído del c.n.t. 423

Y en la era de la tecnología, la palabra se hizo hueco. Entre tanta artificiosidad, y de puertas para adentro, un agente externo ha venido a recordarnos la importancia de lo que hablamos, de cada palabra que pronunciamos. Porque cuando esto pase, cuando las verjas se abran, lo que va a quedar es lo que nos hemos dicho, lo que quisimos decir, y lo que leímos y repetimos, muchas veces vomitado, otras razonado, pero siempre palabras.

Cada día nuestro léxico se enriquece con términos relacionados con la macroeconomía; hemos aprendido que detrás de unas siglas perniciosas se esconde toda una imposición del sistema capitalista que poca gente relaciona con las reformas laborales que han ido mermando nuestra capacidad de reacción ante la jauría de las multinacionales, hemos descubierto la pobreza de la inacción y el estatismo social, y que siempre pueden usurparnos algo más, un derecho más, un movimiento más, sin ofrecer la mínima resistencia.

Las cosas que nunca decimos, las que debemos decir ahora, no hay mascarilla que las tape.

A partir de hoy emularemos a Galeno relatando historias médicas porque ya sabemos más que nadie acerca de pandemias, síntomas, curvas y tratamientos, aunque nos cueste reconocer que no sabemos leer un prospecto y que apenas distinguimos el paracetamol del ibuprofeno.

Sabemos ahora que las escuelas no tienen cabida en las casas porque falta el vínculo relacional que el amor enlaza en cada aula, y deglutimos contenidos virtuales mirando una pantalla que jamás se ha podido poner a la altura de los ojos de una niña. Vemos a madres desbordadas ante la evidencia de asumir que realmente el trabajo de cuidados sí que era sólo asunto suyo, y a mujeres que conviven con el infierno entre cuatro paredes, alerta ante cada posible mirada de alarma. Y no aprendemos que lo que está pasando de puertas para adentro es la misma historia, el mal al que nadie quiere poner nombre.

Es urgente que de toda esta podredumbre hayamos aprendido a cultivar las palabras, esas que siempre hemos desahuciado, las que vuelan hacia otras personas y se vierten sin más, sin consecuencias, pero que ahora exigen su lugar en un mundo plagado de imágenes, de fingimientos, de imposturas.

Hemos vivido en la costumbre de apoyar nuestras palabras en gestos, miradas… Cada cosa que decimos, cada consigna que nos repetimos, cada lamento, cada saludo, encuentra su espacio en nuestra soledad que ya no es auto impuesta. Las cosas que nunca decimos, las que debemos decir ahora, no hay mascarilla que las tape.

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