«Aprendimos y disfrutamos lo que era el apoyo mutuo entre los presos»

Hablamos con Manuel Martínez, ex-preso social de COPEL, la organización que a finales de los 70 organizó la defensa de los presos en las cárceles españolas. Con él rememoramos aquellos años de unión, lucha y la puesta en práctica de la autogestión dentro de las prisiones.

I. Nistal | Periódico CNT

Fotografía: S. Herrero

Pregunta.— Fue condenado por la conocida Ley de Vagos y Maleantes.
¿Qué recuerdas de aquella época?

Respuesta.— Esta ley databa de 1933 y en su primer capítulo dice
textualmente que sólo era aplicable a las personas de ambos sexos mayores de 18
años. La sufrieron personas tan poco sospechosas de vagos o maleantes como
Durruti y otros cientos de compañeros libertarios, además del resto del
colectivo de pobres y marginados sociales.

Fui condenado en 1967 por dicha
Ley, siendo menor de edad, con tan solo 15 años recién cumplidos, cuando mi
madre les llevó al juez especial la partida de nacimiento que acreditaba mi
edad, me concedió la libertad provisional pero continué preso a pesar de mi
edad por la causa que me detuvieron; un hurto de uso de un coche, esto
demuestra que era un caso claro de doblamiento de condena, por un solo delito
te condenaban dos veces.

En 1968, ya con 16 años, de nuevo
fui detenido y ocurrió lo mismo, estando a disposición de la capitanía general
de la 1º región militar ya que mis dos compañeros eran desertores del servicio
militar obligatorio en aquella época, fui procesado y posteriormente condenado
por el mismo juez especial de Vagos y Maleantes, Jesús Carnicero Espinosa, a
una condena de 18 meses mínimo a 3 años, también lo fui por los delitos contra
la propiedad cumpliendo 6 años y 4 meses.

En 1976 volví a ser preso por una
expropiación a un banco y otra vez el doblamiento de condena, esta vez con su
sucesora la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, era igual a la de
Vagos pero con una rebaja en la edad mínima de 18 a 16 años e incluía a los
homosexuales y drogodependientes o traficantes. No podías beneficiarte de
ningún indulto ni redimir por trabajar, eras obligado a ello sin redención
alguna.

Estas dos leyes hoy serían
inconstitucionales. En la práctica no tenías derecho de defensa, no podías
recurrirla; tenía de un mínimo a un máximo en función de la conducta o de lo
mal que le cayeses a algún carcelero, cualquier falta leve interna, era motivo
para aumentar la pena mínima y lo hacían, claro está.

En mi segunda etapa carcelaria de
1976 a 1981 la primera medida fue de 4 meses a 3 años y por faltas como
autolesiones, huelgas de hambre y una fuga acabé cumpliendo 26 meses.

Precisamente estamos en proceso
de querella contra los crímenes del franquismo a través de la justicia
universal por estas dos leyes, denunciamos el trabajo esclavo entre otras cosas
y a través de la página de Facebook “Ex presxs Sociales-COPEL “hacemos un
llamamiento a todos los “vagos y peligrosos” a que se unan a la querella. Somos
conscientes de las poquitas personas que puedan estar vivas, la gran mayoría
fueron víctimas del genocidio causado por el Estado, bien por la heroína, como
en controles policiales o a través de la trama policial de los años de la
transición o en las cárceles.  

P.— ¿Qué papel jugaban los libertarios dentro de las cárceles? ¿En
qué se diferenciaban respecto a otras corrientes políticas? ¿Quién era “la
novia de los presos”?

R.— Los presos libertarios supusieron una gran ayuda al resto de
presos sociales por la relación humana que mantenían con nosotros, por sus
reivindicaciones coincidentes en su totalidad con los que hacia COPEL, de hecho
todos los presos libertarios fueron compañeros activos en la Coordinadora.
Aprendimos y disfrutamos lo que era el apoyo mutuo entre todos los presos.

Se diferenciaban con los presos
políticos principalmente en que eran abolicionistas. Nunca se consideraban ni
les gustaba la etiqueta de políticos.

La CNT era bien llamada la “novia
de los presos” por el apoyo sobre todo de sus bases militantes. Como
organización también se manifestó a favor de la lucha de COPEL, pero recalco el
apoyo de los Comités pro-presos, que fue importantísimo sobre todo para los
presos más marginados y represaliados que estábamos en celulares encerrados
individualmente 23 o 24 horas diarias, sufriendo torturas de todo tipo, físicas
y psicológicas. Esta ayuda y apoyo moral e ideológico, nos daban alas para
aguantar tanto sufrimiento. También tenemos que recordar y agradecer la gran
ayuda de los abogados solidarios que hicieron mucho – aunque eran una minoría
-, nos protegieron muchísimo, todo lo que pudieron.

El grueso de los Grupos Autónomos
Libertarios y los Comandos Autónomos Anticapitalistas fue el gran apoyo
comprometido que tuvimos en el exterior, sobre todo los primeros hicieron
acciones de boicot, expropiaciones, planes de fuga, planes llevados a la
práctica, incluso fueron algunos de ellos detenidos y presos por este tipo de
acciones en las que se reivindicaba el apoyo a COPEL y la destrucción de las cárceles.

P.— ¿Cuándo entró en la COPEL?

R.— La Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL), ya estaba recién
creada cuando ingresé en 1976 y ya se había realizado el primer secuestro de
compañeros que fueron aislados del resto en la Rotonda de la 6ª Galería. Fueron
alrededor de 40, para evitar el contagio y que no se hiciese proselitismo,
fracasaron en ese intento porque los compañeros que no incluyeron en ese primer
secuestro de 40 y los que como mi caso caímos después, continuamos de forma
asamblearia y clandestinamente con la lucha, con huelgas de talleres, huelgas
de hambre, denuncias colectivas y mucho intento por concienciar a la mayor
parte de los presos de nuestras reivindicaciones.

Recuerdo largas noches
escribiendo panfletos a la luz de una vela o candil de aceite con la mano y
muñeca hinchada de tanto uso, al final escribíamos «compañero no la
tires, pásala»
y era increíble, nunca vimos a nadie tirar uno al suelo, fueron pequeños gestos
los que nos hicieron concienciarnos de las reivindicaciones. Comenzaron por ser
denuncias de las inhumanas condiciones en que se encontraban los compañeros en
las celdas bajas de castigo, sin un colchón durante el día, echando cubos de
agua para hacer más penosa su situación, sin patio, lectura ni comunicaciones o
correo con sus familiares, sin poder fumar y en silencio sepulcral hasta que
salieses de celdas. Solían ser castigos de 40 días o 21 que se hacían eternos,
las celdas ni ventana tenían, ni lavabo, tan sólo una letrina en el suelo por
el que por las noches nos visitaban las ratas y con un cabo de celdas, más
cruel todavía que los carceleros.

A medida que íbamos consiguiendo
metas como el cierre de las celdas bajas, Palomares, que era donde escondían a
los homosexuales del resto de presos, también fueron abiertos para que hiciesen
vida común con el resto en igualdad de condiciones, en definitiva, humanizando
tanto las condiciones como nuestras relaciones personales y de grupo se fue
creando una solidaridad y apoyo mutuo.

P.— ¿Por qué COPEL?

R.— El detonante de la creación y explosión de COPEL fueron las dos
amnistías concedidas exclusivamente para todos los franquistas y presos
políticos. A nosotros, los presos sociales, se nos intentó acallar con un
miserable indulto, encima con la advertencia de que muy posiblemente la Constitución
prohibiría la concesión de indultos generales, sólo se reservaron los particulares
para sus allegados, policías, empresarios, corruptos de todo tipo políticos,
militares, etc.

Destacaría de este movimiento las
más de cien fugas que se lograron llevar a cabo y la solidaridad en que vivimos
esos casi tres años, así como la toma de conciencia de quien era nuestro mayor
enemigo, las  autoestimas colectivas cada
vez que conseguíamos una reivindicación y por supuesto cada vez que destruíamos
una cárcel en un motín eran subidones de adrenalina, a pesar del terror que les
seguía.

Después con la nueva Ley General
Penitenciaria (debían de tener mucha urgencia), que fue la primera ley orgánica
que se aprobó en el parlamento, con sus permisos, vis a vis, desaparición
de censura, etc. Un claro ejemplo del “divide y vencerás”, porque poquitos han
sido los presos reconocidos como militantes de COPEL que hayamos tenido acceso
a ninguno de esos beneficios, sólo el hablar con nosotros era motivo para que no
le concediesen ninguna petición a nuestro interlocutor.

Nosotros acabamos como cuando
comenzamos, chupando celular sin beneficio alguno, torturados por carceleros o
antidisturbios, con todo tipo de censura, por eso lo importancia de los comités
de apoyo, que sólo con su cariño y empatía nos hacían libres y más soportable
esa situación.

P.— ¿Qué fue la Comuna Libertaria?

R.— En la cárcel de Carabanchel y en cualquier otra donde se
juntaran un grupito de presos con esa afinidad libertaria sin importar raza,
condición o procedencia social, en el caso de Carabanchel por ser una cárcel
donde estaban todos los presos políticos a la espera de ser juzgados en la
Audiencia Nacional, antiguo T.O.P. (Tribunal de Orden Público franquista)
existían varias comunas: milis, polis-milis, Terra Lliure, independentistas,
gallegos, GRAPO, FRAP, CNT, y la libertaria, estas dos últimas en ocasiones
sólo fueron una.

En ella estábamos presos sociales,
autónomos, libertarios y autónomos anticapitalistas de Euskadi, las demás
comunas eran bastante herméticas, sólo tenían cabida sus militantes, no así la
libertaria que estaba abierta, en ella se compartía la comida que en esa época
todavía podían pasar los familiares. Solía haber biblioteca en alguna celda
próxima, se disponía de un infernillo eléctrico para poder calentar los
alimentos del exterior… Esta comuna no era propiedad en exclusiva, los presos
sociales también podían hacer uso racional de él. Otra diferencia notable era
la relación entre sociales y libertarios que era abundante, todo se compartía,
había caja común y a todos nos unía nuestra reivindicación abolicionista de la
cárcel. En mi caso personal me enriqueció mucho como persona, mi relación con
el movimiento libertario, tengo muy bellos recuerdos de compañeros libertarios,
con los que coincidí tanto en la comuna como en la lucha de COPEL.

P.— ¿Cómo ocurrió el motín de Carabanchel?

R.— El motín del 18 de julio de 1977 en Carabanchel fue ideado
principalmente por el núcleo de compañeros que estaban aislados en la rotonda
de la 6ª Galería. La fecha no fue casual, todo estaba preparado con antelación
incluso se llegó a debatir en asambleas clandestinas, la comunicación entre los
colegas de la rotonda y los que estábamos en la 3ª era fluida y diaria, así
estábamos al tanto por ambos lados, el aislamiento no era obstáculo para
nosotros que ya llevábamos muchos años de experiencia carcelaria a nuestras
espaldas.

Previamente fuimos estudiando
nuestra subida, así nos organizamos en grupos para que al detonante o aviso que
era cuando un grupo pequeño – con el fin de que pudiese ser rápida la acción- ,
seis o siete personas subieran al tejado nos pondríamos en marcha nosotros. Un
grupo se encargaba de expulsar a los carceleros, no hizo falta porque al primer
grito salieron corriendo y nos dejaron encerrados en la galería. Otro grupo
abrimos una puerta que daba a un patio muerto y una galería sin terminar de
construir por donde subimos a la terraza, de allí haciendo un apaño con tres
tablones de obra atados con tiras de sábanas pasamos de la galería sin acabar
que sería la 2ª a la nuestra, la 3ª, esto fue muy peligroso pues había una
altura considerable de cuatro pisos creo recordar, y para mí que sufro de
vértigo fue lo peor de mi vida, agarrándome a los ladrillos de la cúpula y sin
mirar hacia abajo lo logré, también empujado por los ánimos de los colegas que
venían detrás de mí, así pude pasar a pesar de que los tablones no eran nada
firmes. Una vez en la terraza, fuimos rompiendo y haciendo agujeros para que subieran
el resto de compañeros. A la gran mayoría les pilló por sorpresa el motín
aunque el ambiente que respirábamos era de eso después de la amnistía.

Se invitó a los que no quisieran
secundar el motín a que sin ningún problema podían bajarse o no subir. Poca
gente no se unió, estuvimos tres días con sus noches, abrasándonos de día y
helándonos por la noche, sin comida y lo peor, sin agua, hicimos asambleas por
todos lados. Nos organizamos en todos los frentes para defendernos de los
ataques de pelotas y balas de goma y de plomo, gases lacrimógenos que nos lanzaban
desde dos helicópteros, al principio botes pequeños de 1 kilo, luego fueron
botes de 5 kilos. Esto fue porque los de un kilo se los devolvimos a los
antidisturbios que estaban en las otras galerías y abajo escondidos, tuvimos que
bebernos el agua de las cisternas del váter, de las celdas del último piso,
bajamos en plan comando a coger el agua para que bebiésemos todos, jugando al
escondite con los policías, a los que cogían les molían a palos.

Los dos primeros días estuvieron
negociando los abogados solidarios con el Gobierno, pero había mucha confusión,
ya no estaba Franco pero sí que seguían siendo los mismos esbirros y esto para
ellos era imposible de tolerar. Tuvimos un gran apoyo social en el exterior. Los
dos primeros días con la AFAPE, (asociación de familiares y amigos de los
presos) luego les fueron alejando con camiones cisternas de agua a presión, a
caballo pegando indiscriminadamente a personas mayores, niños y a lo que se
moviese.

Los dos primeros días con la
cárcel acordonada, era impresionante la energía y solidaridad que nos transmitían
con sus gritos y banderas, sobre todo negras, rojinegras y alguna que otra con
la hoz y el martillo, por la noche aguantaban con hogueras para calentarse y
que les viésemos, nos cantaban, gritaban consignas de apoyo, realmente este
apoyo nos dio alas, cuando ya vimos que los iban alejando, nos temimos lo peor,
así que siempre en asamblea se decidió bajar, teníamos garantías que no se iban
a producir torturas pero sabíamos que no las cumplirían, como así fue. Fueron
buscándonos selectivamente y a los que consideraron más participativos nos
llevaron secuestrados en grupos de 40 que éramos los que cabíamos en cada
furgón de la Guardia Civil.

Nos quitaron nuestras ropas, nos
dieron un mono azul y después de una enorme montaña del calzado que nos
quitaron nos hicieron coger un par para cada uno, claro íbamos con dos playeras
del mismo pie, o números pequeños o grandes…. acabamos todos descalzos.

A mí me mandaron a El Coto, en
Gijón. En cuanto llegamos entramos los 40 compañeros cantando nuestro himno a
grito vivo con letra de COPEL y música del himno de los partisanos Bella Ciao. Nos recibieron los
carceleros apoyados por antidisturbios pero en esa ocasión no se atrevieron a
pegarnos como sí ocurrió en Carabanchel cuando salimos, que nos hicieron
pasillos de policías. Les debimos dar pena por el aspecto que teníamos descalzos,
llenos de mierda de cuatro días con el mono azul, llenos de hematomas y heridas
por todo el cuerpo, oliendo a Zotal, que son unos polvos que nos echaron en
Carabanchel para desinfectarnos y evitar epidemias, decían.

Al día siguiente en la asamblea
desde las ventanas de nuestras celdas, nos pusimos en huelga de hambre y nos
autolesionamos cortándonos en los brazos cada uno con lo que tenía a mano
trozos de cristal, latas, clavos afilados, plásticos que con fuego y machacando
el filo bien, también cortaba, también nos tragamos objetos con el fin de
visibilizarnos y salir al hospital, cosa que solía ocurrir, nos tragábamos mangos
de cuchara de aluminio, chapas de botellas, cadenas de las cisternas, etc. Menos
mal que no teníamos que pasar por ningún detector, bueno tal vez ni existiera
en esos años.   

Este motín tuvo efecto llamada en
otras muchas prisiones que también se destruyeron por todo el Estado. Los
secuestros y la dispersión nos vinieron bien para extender la lucha a casi la
totalidad de las cárceles.

P.— ¿Llegó a conocer a Agustín Rueda?  

R.— Personalmente no llegué a conocer a Agustín Rueda, pero sí a
través de otros compañeros tanto sociales que convivieron con él, como
autónomos libertarios que se conocían de dentro y de fuera de la cárcel.
Precisamente en marzo de este año pasado asistí al homenaje que se le hizo en
el Pirineo donde se volvió a colocar una placa en recuerdo de su persona y la
de Simón, compañero que fue detenido y torturado junto a él.

P.— ¿Cuándo comenzó a hacer estragos la heroína dentro de las
cárceles?

R.— La heroína fue introducida al mismo tiempo en los barrios
obreros más combativos así como en las cárceles, más o menos por el año 78. Fue
una experiencia que viví y sufrí dentro, en concreto en Carabanchel. Pasamos de
tener hachís y alcohol (vivíamos en un régimen de mal llamada autogestión que
era nuestra exigencia, era una co-gestión a secas pero aun así teníamos parte y
a veces la totalidad del control de la prisión) a tener acceso a estas drogas
blandas y que era lo único que existía se pasó de repente (aprovechando una
ocupación de toda la prisión por los antidisturbios), a no encontrar ni un
chupito de coñac o un canuto que compartir, eso sí, había heroína por todos los
rincones, se preocuparon mucho con que no pudiese entrar nada de bebidas,
hachís o marihuana, para así viciar a gran parte de los presos a la heroína.

Fue una experiencia muy dura para
todos los presos, pero principalmente para los militantes más concienciados de
COPEL, que vimos como compañeros de lucha iban cayendo en la adicción a la
heroína, conocimos los primeros síndromes de abstinencia y sus consecuencias
funestas para el colectivo. Desde las últimas asambleas que celebramos se
avisaba a todo el mundo del peligro de consumir esta droga, pero no fue eficaz.
Nosotros en un principio mediábamos en los conflictos a veces muy violentos
entre grupos de incontrolados (yonkis) que eran protegidos por los carceleros
por el buen trabajo de desestabilización e insolidaridad que hacían. Por el
contrario a los miembros de la coordinadora nos secuestraban llevándonos a
otras prisiones, en régimen celular, o sea, 23-24h en una celda, así que la
jugada de la introducción de la heroína fue muy rápida, dio sus frutos y
preparó el terreno para que fuese bien vista y acatada la reforma general
penitenciaria. Esta reforma cambió la tipología de los presos pasando a ser los
delitos contra la salud pública los mayoritarios, robos, hurtos y demás hechos
exclusivamente para tener la dosis, después y a consecuencia de esta jugada
apareció el SIDA ya que todos compartían jeringuilla, la hepatitis…,
apareciendo el preso dependiente.

P.— ¿Cómo vivieron la Ley de Amnistía del 77? ¿Se respiraban aires
nuevos con el fin del franquismo?

R.— La lucha por la amnistía se vivía muy intensamente hasta que se
consiguió, aunque no beneficiase a los presos sociales que eran víctimas del
franquismo y paradójicamente si beneficiaba a los causantes de esas víctimas, o
sea, a los dictadores y todo el aparato policial, judicial, carcelero, etc.,
que siguieron ejerciendo y encima amnistiados por si acaso.

La lucha por la amnistía fue muy participativa
en los grandes núcleos urbanos y obreros, desde dentro de las cárceles también
se luchó por ella, por eso supuso un duro golpe moral para los presos que nos
quedamos dentro, sobretodo constatar la falta de apoyo de los grupos políticos
incluyendo a la izquierda en pleno.

La única honrosa excepción fue
CNT y el Movimiento Libertario así como parte de los intelectuales que de
pasada hicieron algún comentario. Desde luego no acabó con nuestras ansias de
libertad, COPEL creció y se radicalizó nuestra lucha con acciones más
contundentes, creció nuestra solidaridad y el apoyo mutuo, aprendimos a
compartir, a vivir en comunidad, a autogestionarnos dentro de las limitaciones
de la cárcel.

P.— ¿Qué te sugiere el nombre de Rafael del Río?

R.— Recuerdo que era un policía que llegó a director general con
los socialistas y que estuvo vinculado con el GAL en la lucha de las cloacas.
Actualmente es director de Cáritas unos años (destinos del Señor).

P.— ¿Cómo calificarías tú paso por la cárcel? ¿Qué diferencias o
similitudes ves respecto a la actualidad?

R.— Mi paso por la cárcel, 11 años en total, estuvo precedido por
colegios internos de monjas y curas, psiquiátricos y reformatorio de menores
también de los curas terciarios capuchinos. Por esto y a la temprana edad de 13
años que comenzaron a reprimirme, me fui haciendo un callo para poderlo
soportar.

Hubo dos etapas diferenciadas, no
por la calidad o cantidad en cuanto a tortura o represión, que era similar, fue
el antes y después de conocer quién era realmente mi enemigo, el Estado, con
todo su aparato represor, esto se lo tengo que agradecer a los compañeros,
primero marxistas y luego anarquistas, con los que conviví, sufrí y aprendí
mucho, tanto en la teoría que me leí a todos los clásicos, como en el día a
día. Libros como Los anarquistas expropiadores
moldearon mi personalidad, pasé de ser un atracador a ser un expropiador y esto
fue muy enriquecedor para mí, moral no económicamente, bueno, también aprendí a
valorar el dinero en su justa función social; la de cubrir nuestras necesidades.
Por esto, nada más salir en el 81, formamos un grupo y nos dedicamos a ayudar a
los “compis” que estaban dentro, a los que salían, a los que volvían a caer,
así hasta que por razones de seguridad tuve que irme a la clandestinidad,
acogido por una gente que es todo solidaridad y practican lo del apoyo mutuo hasta
sus últimas consecuencias. Vivimos clandestinamente en una pequeña comuna
durante varios años, tuvimos hijos y ya regresamos casi todos a la tierra que
nos torturó.

Similitudes con la actualidad en
las cárceles las hay, sólo el hecho de ser cárcel es tortura, aunque tengan
barrotes de oros y a pesar de los módulos de respeto o por culpa de ellos, en
la cárcel se sufre todos los días. La lista de carencias simplemente sería larguísima
y para lo último que sirven es para rehabilitar que ni eso hacen ni lo
intentan, sólo lo publicitan. Sólo sirve y se sirven de ella para castigar, leyendo
el libro de César Lorenzo Cárceles en
llamas
(ver CNT nº 407) se
comprende muy bien todo esto.

Yo animo a toda la gente
solidaria que la hay en este país y en el mundo entero a que formen grupitos de
apoyo para ayudar a todos estos presos que tenemos y a su entorno si lo
tuvieren. Existen cadenas perpetuas encubiertas, enfermos terminales y existen
los FIES, que no por ser ahora legales, son menos crueles, si acaso peor
todavía. Llevan más de un año con la campaña “Cárcel=Tortura” y no lo
visibilizamos lo suficiente para lo que se merecen y lo que arriesgan.

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