Los sindicatos del crimen

COLUMNISTAS | MONCHO ALPUENTE

«Mi vista está empeorando, eso pensé la primera vez
que vi a los líderes de los dos sindicatos mayoritarios riéndose a mandíbula
batiente en compañía de los principales capos de la CEOE.»

“Estoy tan mal de la vista que ya no distingo entre
los cerdos y los hombres”. La frase figura en boca de un caballo viejo y miope
que va a ser enviado al matadero en Rebelión en la Granja de Orwell. Después
de haber luchado por la revolución animal frente a los hombres explotadores,
los cerdos dirigidos por el puerco Napoleón (Stalin) se han puesto sobre dos
patas para seguir comerciando con los humanos vendiéndoles a sus propios
hermanos, excedentes y disidentes.

La terrible parodia orwelliana me impactó cuando siendo
niño me llevaron al cine a ver una película de dibujos animados (nada que ver
con Disney). Llorábamos a coro los niños y los adultos no daban crédito a sus
ojos, aquellos dibujos animados no animaban mucho, no hacia falta saber nada de
Stalin para comprender la brutalidad de aquél régimen que había comenzado como
una gloriosa revolución y derivado en una férrea y criminal dictadura.

Mi vista está empeorando, eso pensé la primera vez
que vi a los líderes de los dos sindicatos mayoritarios riéndose a mandíbula
batiente en compañía de los principales capos de la CEOE. Debían estar contando
chistes de obreros y seguramente terminarían la jornada en un asador o en una
marisquería. Por lo visto, no hay nada que guste más a los líderes sindicales
que los chuletones y los percebes, tienen hambre atrasada y han perdido sus tarjetas
black. Las comisiones que cobraban algunos líderes de CCOO, de IU, del PSOE y
de UGT, no eran comisiones ni para los obreros, ni para los trabajadores. Al
arrimo del poder los sindicatos mayoritarios se convirtieron en empresas o en
ministerios, se han contagiaron y se hicieron cómplices de sus enemigos de
clase.

Las cúpulas sindicales de ambas organizaciones,
encargadas de luchar por los derechos de los trabajadores han tragado con
inicuas reformas laborales y siniestros recortes, aunque de vez en cuando hayan
salido a las calles para protestar en un supremo acto de hipocresía. Todos mis
respetos y mis condolencias para los sindicalistas de buena voluntad que aún
quedan, ilusos de una ilusión, mil veces traicionada por los sindicatos del
crimen.

 

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