El virus eres tú

para el periódico c.n.t. en la web | desde Extremadura

Y la culpa no era del policía, ni de su violencia desmedida ni de la ley que se lo permitía. Y la culpa no era de tu teléfono espía, ni de la tienda desabastecida ni de la televisión que te mentía. Y la culpa no era de la monarquía, ni de cómo te robaba ni de cuánto fingía.

El estado de alarma es un pez que nos devora por toser. Y nuestro peligro es la ciencia que no ves. El estado de alarma es un diez que nos premia por nuestra fe, sin ambivalencias, en la ciencia. Y nuestro peligro es la falta de conciencia que ya ves.

El estado de alarma es una vacuna que nos contagia sin prerrogativa ninguna. Y nuestro miedo es la audiencia que ya ves. El estado de alarma es una cortina que nos arruina sin protesta alguna. Y nuestro despido es la ganancia que no ves.

El estado de alarma es un arma que a nuestra débil democracia desarma. Y nuestra sentencia es la paciencia desnuda, sin corsé. El estado de alarma es una espina que nos hiere la libertad sin aviso, de forma repentina. Y nuestro derecho a vivir bajo techo no es lo que crees. El estado de alarma es una victoria del capital, que nos silencia sin más licencia que callar.

El libre mercado es un juez que nos confina por nuestro bien. Y nuestro castigo es la obediencia ciega que ya ves.

El estado de alarma es el karma que nos devuelve a nuestro lugar. Cuando nuestra emergencia es solo pasear a nuestro can. Cantando al pie de la letra, línea a línea, hiciste bingo. Y te volviste a subir al guindo cuando te creíste la renta mínima de Guindos. No, no, cielito lindo. No des un respingo, no te miento, yo de ti no prescindo.

El libre mercado es un juez que nos confina por nuestro bien. Y nuestro castigo es la obediencia ciega que ya ves. Es un suicidio social. No hay suficiente sanidad, así que me confino. Es la hora del heroísmo militar, metódico y cavernario. Es la hora del sacrificio en el altar, catódico y telediario. Es la hora del beneficio descomunal, caótico y usurario.

La alarma sanitaria es un juez que nos confina sin un porqué. Y nuestro castigo es por si acaso me contagias a mí también. Es un presidio inmoral. No hay suficientes rejas, así que te vapulean hasta las cejas. Es la hora del patriotismo en singular, aséptico y reaccionario. Es la hora del cinismo de gran angular, escéptico y visionario.

Si no acatas la alarma serás peor que Caín, serás cómplice de Blas, el asesino cruel y confeso de Epi, de todos los Epis del multiverso conocido y por conocer. ¿Te parece que Blas era inocente? De repente te entra la duda, ¿verdad? Por si acaso ponte la mascarilla, aplaude y no pienses.

Y la culpa no era del policía, ni dónde te pegaba ni cómo te agredía. Y la culpa no era del policía, ni dónde te cantaba ni cómo te corregía. Y la culpa no era del policía, ni dónde te paraba ni cómo te ofendía. Y la culpa no era del policía, ni dónde viajabas ni qué bicicleta tenías. El virus eras tú. El virus eres tú.

Y la culpa no era de quién te reprimía, ni dónde estornudabas ni cómo tosías. Y la culpa no era de quién te vendía, ni cómo te traicionaba ni por cuánto lo hacía. Y la culpa no era de la economía, ni dónde recortaba ni cómo evadía.

Son los aplausos. Las curvas de contagio. La víctima cero. Y el negocio de la vacuna, aunque pronto no quede ni un enfermero. El Estado confinador es el médico de tu salvación. El Estado confinador es la cura de tu indignación. El Estado confinador es tu salvador. El virus eres tú. Por tu sinrazón. Por tu infección. Por tu tentación. Por tu maldición. Por tu culpa. Enfermera…, enfermera…, enfermera… Dar cera, pulir cera.

Teletrabaja tranquila, hormiguita inocente, sin preocuparte del banquero, que por tu pensión dulce y crujiente vela tu amante financiero. Aplaude tranquila, empresa indecente, sin preocuparte por el dinero, que por tu sanción dulce y valiente vela tu amante justiciero.

Y la culpa no era de quién te reprimía, ni dónde estornudabas ni cómo tosías. Y la culpa no era de quién te vendía, ni cómo te traicionaba ni por cuánto lo hacía. Y la culpa no era de la economía, ni dónde recortaba ni cómo evadía.

Y la culpa era tu herejía, por cuánto comprabas y cuánta lejía. Y la culpa era tu lotería, por cuánto caminabas y por lo poco que aplaudías. Y tu culpa era difundida al instante por mensajería, por cuánto llorabas y cuánta te pertenecía. Y tu culpa era añadida a tu brujería, por cuántas mascarillas cosías y por cómo las imprimías. Y sin embargo la culpa no era tu alegría, ni de noche ni de día.

Y la culpa era tu herejía, por abstenerte de rezar el sermón de la patraña y el credo de la resurrección zombi de la economía. Unidad patria de fantasía. Procesionando la cofradía del miedo y del bendito y magnánimo confinamiento hasta los confines.

Y la curva no era la del miedo que había, ni cuánto se aplanaba ni cómo ascendía. Y la curva no era la del circo mediático que regía, ni cuánto engordaba ni cómo se repetía. Y la curva no era la del pánico que emergía, ni cuánto se inflaba ni cómo explotaría. El virus eres tú y serás tú.

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