El anarquismo lingüístico y sin-fin de agustín

ESPECIAL GARCÍA CALVO (II)

En el presente artículo se intenta
desentrañar la base supuesta, y siempre desmañadamente explicitada, del pensar
anarquista de Agustín García Calvo (Agc), lo que nos remite irremisiblemente a su concepción sin-fin del
lenguaje, de la lengua común, que no existe ni es real, pero que hay, actúa y
se dice siempre contra el Poder.

Todas las citas entrecomilladas de las
palabras de Agc han sido extraídas de su obra De Dios (Lucina, 1996), que
probablemente sea el compendio y síntesis de su pensar genuino, al razonar en
torno a las contradicciones del Dios que existe, pero que es mentira.

A. J. Carretero Ajo | Periódico cnt

¿Qué puede ser eso de un
anarquismo sin fin? En el sentir y pensar de Agc lo “sin fin” es lo indefinido,
lo incontable, lo imprevisible, la verdadera infinidad de las cosas que
son  “impenitentemente muchas, más o
menos”. Propiamente lo sin-fin es lo que no existe, lo que escapa por debajo y
a los lados de la Realidad constituida como Poder. Siempre se sitúa a lo
contrario del Poder y contra todas las epifanías y manifestaciones del Estado y
del Capital. “Son las posibilidades, los caminos no trazados, las verdades que
no se saben… Un sin fin de posibilidades se nos abren a cada paso y ahora
mismo…, y nadie puede contarlas ni saberlas: sólo haciéndose se saben”.

Estas posibilidades sin fin
apuntan y remiten a una posibilidad primera: que “aparte de la Realidad, haya
algo más, o sea, que lo que existe no sea todo lo que haya”. Y esto es así
porque lo que hay y es fundamento de la Realidad es la lengua común, que es la
máquina gratuita que se le da a la gente, y que por tanto no es de nadie, ni
“tiene más amo que quien la habla”. La lengua común se construye con un
vocabulario semántico que – a diferencia de su maquinaria, que es la gramática
propia de cada idioma- no puede darse nunca por cerrado, es pues infinito: “los
significados de las palabras están constantemente alterándose, como de rebote,
por los actos sin fin del habla”.

Por lo tanto, si bien la
lengua común es la base sobre la que se construye la Realidad, la cual se
pretende y se vende como totalizadora y en tanto que el Poder quiere y consigue
imponerse a la verdad múltiple de la vida, convirtiendo al pueblo en mayoría y
masa sumisa… Esa misma lengua común es la que puede des-cubrir la mentira
constitutiva de la Realidad y del Poder, con sólo dejarse hablar y decir en el
mundo, que es como se expresa la gente o el pueblo-que-no-existe pero que está
ahí, pues “sólo tiene gracia (¡y misterio, y gozo, y vida!) lo que no existe”.
Es el sin fin de las posibilidades lo que se cuela contra el decir de la
Realidad que sólo habla del (sobre el) mundo, pues lo “real es, sencillamente,
aquello de lo que se habla”. Por esto “nunca puede la Realidad estar cerrada ni
ser ‘todas las cosas’” como pretende la Ciencia y la Fe hacernos creer, al
identificar “lo que hay con lo que se sabe”.

Como puede verse, para Agc desmentir la función y
el uso que el Poder hace de la lengua es la primera tarea que debe emprenderse:
“aunque el lenguaje sirve para hablar de la Realidad, y constituirla, sirve
también, por el contrario, para descubrir su falsedad constitutiva, y al
hacerlo, vuelve a ser algo que hay, y actúa, pero que no es real.”

La filosofía, el pensar todo
de Agc es un pensar de raíz lingüística, de ahí que podamos hablar del
anarquismo lingüístico de agustín, o del giro lingüístico del anarquismo a
través del pensar de Agc, de modo similar al llamado giro lingüístico que se
produjo en la filosofía durante el siglo pasado. En buena medida Agc y su
pensar beben, radicalizándolo, de ese repensar la relaciones entre lenguaje y
pensamiento, y que supuso avances destacables en el ámbito de la lingüística,
de la lógica y de la filosofía de la ciencia (todo lo cual para Agc entraría en
la esfera de la Ciencia y de la Fe, de la Realidad y del Poder, del Dinero y de
la Cultura).

En primer lugar, asume la genealogía
semántica de Nietzsche, por la cual las palabras tienen un desarrollo cambiante
en su significado, al ser meras aproximaciones metafóricas a lo que queremos
expresar con ellas, lo que implica que la realidad, lo que podemos ‘conocer’
sea sólo lo que podemos decir, y en esto reside la trampa del lenguaje. Trampa
ésta que Agc vierte consecuentemente a la Realidad.

En segundo lugar, hace suyo el pensar
del “segundo” Wittgenstein, respecto a que el único lenguaje de verdad es el
que se produce en el habla de la vida cotidiana, no en el que se construye con
intención de reflejar fielmente la realidad. Los distintos usos del lenguaje de
una comunidad de hablantes constituyen otros tantos juegos de lenguaje, en los
que el significado de una palabra está en función del uso que se haga de la
palabra, del contexto en el que se enmarca. El lenguaje, por tanto, es mucho
más que darle nombre a las cosas y tampoco puede sustituir a las cosas que
nombra, por lo que resulta imposible concebir modelos lógicos que quieran
nombrar fielmente lo que sucede en la realidad. De ahí, Agc extrae el sin fin
de las múltiples posibilidades de la lengua común, en concordancia con los
infinitos juegos de lenguaje de Wittgenstein.

En tercer lugar, de John L. Austin, uno
de los fundadores de la pragmática lingüística, recoge la noción de “Acto del
habla”, o acto de discurso, que es la unidad básica del lenguaje que realiza
una acción (aserción, compromiso, orden, promesa, petición) con la intención de
modificar la situación de los interlocutores. Los significados ya no dependen
sólo del contexto, si no de la acción que genera o  a la que se refiera la locución que se emite.

Valgan estas tres referencias para
conectar con la historia reciente del pensamiento el pensar anarquista de Agc.
Mientras el Poder quiere que todo discurso sea asumido, interiorizado y sabido
a su través, “pues la función del Poder es administrar la muerte y, para ello,
lo primero es el saberlo y reducirlo todo a realidad”… los actos del habla,
que son propiamente infinitos, rompen dicha uniformidad, abren siempre la
herida que la Realidad quiere dar por cerrada para que nada ni nadie se le
escape. Pero esta es la gran mentira de la Realidad y de su discurso, pues “al
estar abierta al influjo de cada y cualquier acto de habla o pensamiento, que
la alterna en su número y constitución, resulta que, por ahí, en la Realidad se
cuela la verdad, que le era por principio extraña, como cosa que es, la verdad
o la falsedad, de pura lógica, no de saber ni ciencia alguna”.

¿Pero, además del lenguaje y con la
lengua como fondo, qué es eso que hay aquí verdaderamente que, sin embargo, no
existe ni forma parte de la Realidad? La respuesta a esta cuestión conforma la
radicalidad del pensar de Agc. Ese “algo que hay y que está en este mundo en el
que hablamos, pero que no pertenece al mundo de que hablamos”, no es más que el
que está hablando, es decir Yo, que “no soy ciertamente nadie determinado, no
soy una Persona real ni cosa de la Realidad… soy algo que se escapa de todas
las fronteras, de las ideas y de los cómputos… algo común a todos y a
cualquiera, una comunidad que no es más que Yo dondequiera que Yo suene”, lo
que vagamente se puede aludir como ‘pueblo’ o ‘gente’.

Esta radicalidad antinómica y
severamente absoluta, entre lengua-razón común y realidad, entre posibilidades
sin fin y poder, es sin duda el mayor atractivo del anarquismo lingüístico de
Agc, que en manos de su autor ha producido el rico fruto de sus muchos diálogos
y escritos, pero también es  posiblemente
su talón de aquiles filosófico, su concepción más proclive a la crítica y la
controversia. Porque su obra ya es -a pesar de agustín garcía- parte de la
cultura del anarquismo del siglo XXI.

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