La actual importancia de la Columna de Hierro en la Revolución Española

El pasado sábado 18 de diciembre a las 19:30h, tuvo lugar una conferencia sobre la Columna de Hierro. Este acto fue organizado conjuntamente por el Ateneu Popular Sa Boada y el sindicato CNT de Pineda de Mar.

Al principio del acto se proyectaron el video sobre la filmación del himno confederal de : A las barricadas  realizado en el Centenario de la CNT, y un video realizado con imágenes de carteles de la guerra civil y la revolución social española.

A continuación la compañera Aurora presentó al maestro y escritor Miquel Amorós, que dio comienzo a su conferencia.

LA ACTUAL IMPORTANCIA DE LA COLUMNA DE HIERRO EN LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA

La reforma pactada del franquismo que dio lugar al régimen actual, calificado de “democracia” por sus administradores, se asentó sobre el olvido más absoluto no solo del genocidio que siguió a la victoria franquista en guerra, sino también de la contrarrevolución republicana que la facilitó. En consecuencia, la historia reciente quedó escamoteada por un pacto de silencio entre los herederos de la Dictadura y los de la República. Entre los hijos de los asesinos de Lorca y los vástagos de los que mataron a Nin. La amnesia sirvió para legitimar el nuevo régimen híbrido alumbrado en el 77, por lo cual, el restablecimiento verídico de la memoria debería conducir inexorablemente a su deslegitimación. No obstante, ninguna ley de la “memoria histórica” puede integrar el pasado revolucionario en el orden establecido posfranquista, ni reconciliar la barbarie pasada con el presente desmemoriado.

La guerra civil española fue sobre todo una revolución fallida que se dio en un contexto internacional marcado por una formidable crisis económica y el ascenso de los totalitarismos. Se libró en dos frentes y esa es la característica que a toda costa se quiere ocultar o desvirtuar: en la vanguardia, contra los fascistas, y en la retaguardia, contra la revolución. En julio de 1936 la clase obrera se vio obligada a salir a la calle en muchas ciudades y pueblos españoles casi sin armas para enfrentarse al fascismo. El Estado español, somnoliento, se desmoronó de la noche a la mañana. Cuando esto ocurrió, el proletariado trató de realizar los cambios sociales que venía reivindicando desde hacía mucho tiempo. En efecto, el alzamiento clerical-militar desencadenó una revolución, espontánea, la más profunda habida jamás, y su primera concreción defensiva fueron las columnas milicianas. En los primeros días, la iniciativa corrió a cargo de los obreros y campesinos de todas las tendencias, que asaltaron los cuarteles, expropiaron terrenos y edificios, ocuparon fábricas y tierras de labranza con la intención de colectivizarlas, se encargaron del orden público y organizaron milicias. La Columna de Hierro, formada por militantes valencianos de la CNT-FAI con el objetivo de liberar Teruel, fue la unidad armada que, allá por donde pasó, mejor impuso los ideales de igualdad, libertad y justicia social, fundamentos de la futura sociedad por construir sobre las pilastras de la razón y el trabajo. Pero a medida que el entusiasmo revolucionario prendía en el frente, se iba enfriando en la retaguardia valenciana. Veamos por qué.

La rapidez y extensión del proceso revolucionario aterrorizó a las clases dirigentes del lado republicano, que aunque no fueran partidarias del fascismo, lo eran menos de la revolución. Todos coincidían en que la única manera de detener tal proceso era reconstruyendo el Estado, pero para eso era necesaria la colaboración de la CNT, cosa que se obtuvo con relativa facilidad mediante la incorporación de la organización proletaria hegemónica al gobierno republicano. Luego sería cuestión de acabar progresivamente con cualquier forma de autonomía, disolviendo los comités, recuperando el orden público, restableciendo la propiedad privada y la justicia burguesa, y finalmente, creando un ejército bajo control partiendo de las mismísimas milicias. Neutralizar, desarmar y someter al proletariado para desmontar su revolución y volver a la situación anterior al 19 de julio. Entre tanto, la ofensiva facciosa contra Madrid obligó a trasladar a Valencia la cúpula del operativo estatalista. Por consiguiente, las primeras escaramuzas de la contrarrevolución tuvieron lugar en la ciudad del Turia.

Valencia era diferente de Cataluña, Castilla o Aragón. En la Regional  de Levante pesaba mucho más el sector moderado “treintista”, declaradamente reformista y acomodaticio, y era notoria su relación con la masonería y la política convencional. El sector revolucionario era minoritario y se apoyaba en unos pocos sindicatos, en bastantes federaciones locales de pueblos campesinos y en un puñado de jóvenes animosos distribuidos por grupos y ateneos. Mientras que los libertarios revolucionarios creían que la República era incapaz de solucionar ningún asunto y pugnaban por la liberación de los presos y la insurrección, la CNT oficial proponía un avance dentro de la ley negociado gracias a la unidad con la UGT y a la no beligerancia con los partidos.

Rompiendo una lanza en favor de la dinámica bakuniniana entre minoría agitadora y masas protagonistas, fue el grupo “Nosotros”, de solo ocho personas, quien desempeñó mejor la tarea de catalizador revolucionario, primero, en el comité de defensa de la CNT improvisado el 19 de julio para el bloqueo de los cuarteles; después, en la liberación de los presos de San Miguel y en la formación de la columna de los cuadros de defensa, posteriormente llamada de Hierro. Asimismo, su papel fue determinante en la reorganización de la FAI regional y la aparición de su órgano de expresión, el diario vespertino “Nosotros”. No se puede comprender la labor subversiva de la Columna, ni su impacto transformador en la retaguardia, sin la actividad impulsora y creativa del grupo.

Ambas tendencias -la reformista y la revolucionaria- marcharon juntas al comienzo de la guerra a la sombra del Comité Ejecutivo Popular, órgano regional de gobierno interclasista, la una en las instituciones y la otra en las trincheras, pero al quedar el frente desabastecido y paralizado, las dos empezaron a distanciarse. Cuando un puñado de milicianos de la Columna de Hierro visitó la capital, se escandalizó al contemplar la vida alegre de los cabarets, las tiendas de lujo y los bancos. Encima, el sistema judicial y punitivo permanecía intacto, como si nada hubiese pasado, mientras las fuerzas del orden exhibían las armas de las que el frente carecía. Las sucesivas bajadas de milicianos ignorando el estatus convenido entre todas las fuerzas políticas y sindicales, crearon un problema a la dirección confederal, respetuosa con la legalidad republicana. Esta se avino a la formación de la Guardia Popular Antifascista y el mantenimiento de la Guardia Civil (rebautizada como Guardia Nacional), primer intento de desarme de la retaguardia, y cerró los ojos ante la masacre de la Plaza Roja, castigo militar a la osadía de la Columna de Hierro, la vanguardia de una revolución indeseable para el estatismo burgués y su mayor adalid, el Partido Comunista. ¿la resistencia del anarquismo revolucionario iba a desatar una guerra dentro de la guerra?  

Apenas conjurado el peligro de una confrontación armada en la retaguardia, la presencia en el gobierno Largo Caballero de cuatro ministros cenetistas cubrió el traslado de la capitalidad de Madrid a Valencia. La oposición de los anarquistas valencianos fue total y los delegados de la Columna impusieron su criterio antimilitarizador en los plenos. Sin embargo, la vida frívola alentada por los funcionarios madrileños y los parásitos huidos de la capital asediada volvió a discurrir por sus cauces habituales. En la base, el poder dio un vuelco. Contando con la pasividad de la CNT, los gobernadores civiles desplazaron al CEP y a la “guapa”, GPA, a la vez que los ayuntamientos oficiales lo hacían con los comités antifascistas y sus patrullas. Las Columnas sufrieron fuertes presiones para militarizarse. La organización confederal y específica se declaró partidaria de priorizar la guerra sobre  la revolución. Las colectividades y las fábricas socializadas quedaron expuestas, a merced de la fuerza pública. Fatalmente, la táctica del cruzarse de brazos y remitirlo todo a los jueces, denominada “circunstancialismo”, se convirtió en el catecismo de todo militante de la Confederación. Entonces, la guardia de asalto fue lanzada contra las conquistas proletarias y campesinas. Los intentos liquidadores del orden revolucionario provocaron levantamientos en Vinalesa, Gandía y muchas otras poblaciones, que fueron duramente reprimidos. Las prisiones se poblaron de anarquistas. La presión militarizadora se hizo insoportable. En vano se celebró un pleno de columnas al margen de los Sindicatos. La Columna de Hierro, aislada en sus propios medios y amenazada por todos los flancos, tuvo que inmolar sus principios, aceptar la militarización y convertirse en brigada de un Ejército Popular en manos del Estado y sus consejeros soviéticos.

Se impidió a toda costa que las columnas libertarias del frente de Teruel formaran una división con mandos propios, tal como había sucedido en el frente aragonés. Fueron integradas en divisiones separadas y aun en brigadas separadas, con mandos hostiles, para ser usadas como carne de cañón en las fracasadas ofensivas republicanas. La batalla de Albarracín significó el fin de la Columna de Hierro. La 83 Brigada Mixta, su sucesora, mal preparada y peor pertrechada, sin protección de ninguna clase, fue espantosamente diezmada. Las protestas, destituciones y castigos disciplinarios que siguieron la redujeron poco más que al nombre. Durante verano de 1937 florecieron en la retaguardia destacamentos de guardias, tribunales especiales, servicios policiales y centros de detención secretos que permitieron una auténtica cacería del antifascista revolucionario. Se había consumado el sacrificio de la revolución social en pro de una unidad ficticia «para la victoria» sin más aglutinante que la represión, con la cual irremisiblemente se perdió la guerra.

Cuando un gran movimiento radical como el que encabezó la CNT-FAI hace mal uso de su poder, pierde la capacidad de influir en los acontecimientos posteriores. Decía Saint-Just que quien hace una revolución a medias cava su propia tumba. Así son las cosas. El glorioso pasado libertario es ahora patrimonio de los que se quieren rescatar y actualizar el potencial subversivo de una revolución dolorosamente vencida.. Convertirlo en objeto de culto como se trata de hacer a menudo equivaldría a matarlo dos veces. Se trata de algo más sencillo: adecuar la experiencia emancipadora de la revolución perdida a las nuevas exigencias intelectuales y materiales de la lucha contemporánea por la liberación de los oprimidos. Y ello pasa por el conocimiento verídico de dicha revolución.

Miquel Amorós
Comunicación  CNT de Pineda de Ma
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