Los refundadores

LA FOTOMATONA | JENOFONTE

Despedidos
todos los asalariados que habían mantenido viva la agrupación, el jefe miró
hacia atrás antes del desalojo y no pudo evitar una ráfaga de recuerdos por los
buenos tiempos vividos.

Aquello había sido vida, todos los medios al alcance de
la mano, poder de decisión y de gobierno, de empleo, de añadir funcionarios a
dedo a los muchos que ya tenía el Estado. Ellos habían sido parte ineludible
del asunto, nada pudo hacer el régimen democrático-laboral sin su
consentimiento. Hubo incluso modos para el enriquecimiento porque,
sencillamente, eran Los Sindicatos; no los únicos, pero sí los que mandaban,
porque las conveniencias así lo habían decidido. Llegaron a mandar en algunas
empresas más que los empresarios y en algunos ministerios más que los
ministros. Pero ahora el sistema se los llevaba también por delante. El jefe de
todo aquello cerraba el último local, como el capitán del barco ante el
hundimiento, y se daba cita de inmediato en un bar cutre que le pillaba a mano
con el otro jefe de todo lo suyo correspondiente y que había corrido igual
final. Después de discusiones amables, pensaron que había que hacer algo, que
la penuria de las gentes así lo demandaban: tenían que ser de nuevo la
vanguardia. Sin saber qué hacer, les vino la idea de fundar algo, un sindicato
dijo uno; pero como los de antes, afirmó el otro. Y empezaron por el nombre:
para diversificar funciones decidieron llamarse Comisiones Obreras y Unión
General de Trabajadores.

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