Sumisa por vocación

DOSIER Esto está que arde | Ilustración de Karma | Extraído del cnt nº 433

Ten cuidado con lo que bebes, no vayan a echarte algo», me decía mi madre cuando empecé a salir, hace más de 30 años. Porque la psicosis es intergeneracional. Es la presuposición de la existencia de un ente, abstracto y malvado, esclavo de sus pulsiones, agazapado en la barra de un bar, esperando, es la mordida que paraliza a la víctima hasta la anafilaxia, es la ausencia de voluntad, todo envuelto en un mensaje claro, rotundo y cruel: TEN MIEDO.

Las mujeres, obcecadas en ocupar el espacio público que nos corresponde, recibimos mensajes contradictorios respecto al lugar en el que podemos y en el que debemos estar. Porque la diferencia es sutil, pero venenosa. El patriarcado delimita una cerca para difuminar la certeza de que, en realidad, vivimos en el redil de lo correcto. Y para que no olvidemos agita el rejón y, en ocasiones, tira a matar. Los medios esparcen la semilla del terror, cuidado, CUIDADO, y aprendemos que lo que nos pasa es responsabilidad nuestra por salir solas, por disfrutar solas, por querer cruzar la valla. Y es así desde que recuerdo. Y me vienen a la mente los asesinatos de Alcasser, y el aprendizaje que sacamos de tanta basura amarillista: ellas salieron SOLAS, porque así es como el patriarcado quiere que nos sintamos, solas en manada, y nos quiere en casa, y recuerdo a Laura Luelmo, asesinada por salir a correr en soledad. Y el foco sigue estando en nosotras, y reviso hemeroteca y encuentro que nueve de cada diez campañas diseñadas para la concienciación general sobre los delitos por sumisión química inciden en nosotras: tapavasos morados, coleteros que se convierten en tapas, vasos especialmente diseñados con boca estrecha y pajita, y me siento como una res atada con una cuerda invisible, incapaz de ofrecer resistencia y esperando el golpe que merezco por trascender los límites de lo que ya sabía que no estaba permitido.

Hemos normalizado el «no robes», «no pegues», como advertencia directa hacia la persona ejecutora. Sin embargo, en el caso de la sumisión química, el mensaje bascula: «no te dejes drogar». Y es necesario recuperar el sujeto de la acción directa, porque lo contrario es seguir adscritas de manera permanente a cursos de defensa personal, porque es nuestra obligación estar siempre alerta y preparadas para el siguiente golpe. Y mientras tanto, leemos que la mayoría de las denuncias por pinchazos no reportan sustancias tóxicas en los cuerpos de las mujeres atacadas. Entonces, ¿qué es toda esta vorágine de información? ¿Quién está orquestando una campaña de agresiones cuyo único objetivo es sembrar el terror? ¿Cuál es el empeño? ¿Es todo esto un efecto secundario del histerismo que se nos achaca a las mujeres? Locas, locas del coño, manipuladoras, HISTÉRICAS. Y nosotras mientras mirando a nuestro teléfono en mano calle adelante, y confusas porque en realidad se supone que NADA DE ESTO ESTÁ PASANDO.

Luz que agoniza (George Cukor, 1.944).

La película transcurre de manera opresiva en el interior de una casa en la que Ingrid Bergman, incapaz de reaccionar, pasea entre habitaciones cercada por las cejas impertérritas de Charles Boyer, mientras las lámparas de la casa oscilan en una analogía perfecta del maltrato psicológico, robando la luz de ella, obsesionada ante la convicción de su propia locura. Me remuevo en el sofá, incómoda ante esa certeza implacable, porque debajo de humo, del enamoramiento dependiente de ella, de ese maltrato sutil plasmado en impecable fotografía en blanco y negro, subyace la realidad, aplastante y mortal: él es un VIOLENTO. Y ese es el punto de partida, ese y no otro. Y el foco debe estar ahí y no en ninguna de las maniobras con las que Gregory, de forma sistemática y fría, ejecuta sobre la luz, la libertad y la capacidad de decisión de ella.

Los medios esparcen la semilla del terror, cuidado, CUIDADO, y aprendemos que lo que nos pasa es responsabilidad nuestra por salir solas, por disfrutar solas, por querer cruzar la valla. Y es así desde que recuerdo. Y me vienen a la mente los asesinatos de Alcasser, y el aprendizaje que sacamos de tanta basura amarillista: ellas salieron SOLAS, porque así es como el patriarcado quiere que nos sintamos, solas en manada, y nos quiere en casa, y recuerdo a Laura Luelmo, asesinada por salir a correr en soledad.

Y la metáfora es perfecta. Busquemos el fuego

Según los últimos datos aportados por el I.N.E. (Instituto Nacional de Estadística) en septiembre de este mismo año, el número de personas adultas condenadas por sentencia firme inscritas en el Registro Nacional de Penados durante el año 2021 es de 282.210. Un 80,7% son hombres. Hombres condenados por cualquier tipo de delito. Recordemos que el Registro Central de Penados contiene información relativa a las sentencias condenatorias firmes dictadas por los juzgados y tribunales del orden jurisdiccional penal. La cifra ya es incómoda. Los gráficos que acompañan a la nota de prensa, aún más. En cualquier caso, la diferencia porcentual entre personas condenadas distribuidas por grupos de sexo y edad es aplastante. (Nota: advertimos también en los datos que el 75,2% de delincuentes eran de nacionalidad española. Pero es a la gente de la banderita a quien compete analizar esto, por descontado).

Como dijo Nina Simone, “libertad es no tener miedo”. Desde ahora, vamos a enfocar la lucha en la voluntad de ser y hacer lo que es correcto. Y vamos a aprender a poner el sujeto gramatical en el lugar que corresponde: Tú, hombre, no me drogues. Tú, hombre, no me sometas.

Avanzamos en el documento, y leemos que los hombres también nos superan en el número medio de delitos por persona condenada. Go, men! Y es que empiezan prontito. El mismo informe concluye que el 81,0% de los menores condenados fueron hombres y el 19,0% mujeres. (Y casi el 80% de nacionalidad española. Una vez más, por favor, revisen sus prejuicios y hagan limpia de nacionalismos, incluyentes y excluyentes).

Pero centremos el asunto. El único ámbito en el que se registra un ascenso porcentual respecto a los datos de 2.019 (el 2020 se categoriza como año atípico respecto a todo tipo de delito), es el de personas condenadas inscritas en el Registro Central de Delincuentes Sexuales, que contiene la información relativa de los condenados en sentencia firme por cualquier delito tipificado como sexual en los términos previstos en los artículos 8 y 9 del Real Decreto 95/2009, de 6 de febrero.

Absténganse de seguir leyendo, por tanto, todas aquellas personas que conocen a alguien que sabe de alguien a quien hundieron la vida con una denuncia falsa. Incels y #notallmen incluidos.

El 97,9% de los condenados son hombres, y el 2,1% mujeres. Veamos en el caso de menores: El 96,8% fueron varones y el 3,2% mujeres. La gran mayoría de las condenas, por abuso y agresión sexual. Por favor, lean los datos con el detenimiento que se merece. Porque es aquí donde está el foco.

El humo son los titulares de prensa haciéndose eco del miedo, insistiendo de manera sistemática en la necesidad de protegernos, haciendo campaña con el terror, con lo intangible. El humo son noticias sobre lo que pasa o podría haber pasado, sin que al parecer nadie pueda hacer nada por evitarlo. Pero la realidad, la abrumadora verdad sobre todo ello es que LOS HOMBRES COMETEN MÁS DELITOS. LOS HOMBRES SUPONEN LA INMENSA MAYORÍA DE DELINCUENTES SEXUALES. Son ellos, adultos y menores. Y esta realidad tiene un nombre: Se llama PATRIARCADO.

Y es un sistema. El más antiguo sistema de opresión, de hecho. Y como siempre apunto, deberíamos combatir las opresiones por orden de aparición, y en esto el patriarcado gana por goleada. Nosotras ya estábamos sometidas antes del capitalismo. Y del feudalismo. Y de todos los ismos económicos.

Y este sistema demuestra convertir a los hombres en seres violentos. No es una capacidad genética. No es algo inevitable. No es algo que no se pueda revertir, por tanto. La solución, por tanto, es educacional. Una especie de Huelga de la Canadiense feminista. Un movimiento global en el que cada persona asuma su parte de responsabilidad en lo que está pasando. Y eso pasa por entender que, en una sociedad en la que el acceso al porno ronda la media de los ocho años, la sexualidad que se aprende es un binarismo entre opresión y sumisión, y que un adolescente reacciona de forma violenta cuando en la vida real la chica no responde a sus antojos como se supone que debería hacer, según el imaginario colectivo audiovisual.

La solución, insisto, es educacional. No tengo que tapar mi vaso. No tengo que proteger mi bebida. Porque a partir de ya voy a ser libre, como tú. Y como dijo Nina Simone, “libertad es no tener miedo”. Desde ahora, vamos a enfocar la lucha en la voluntad de ser y hacer lo que es correcto. Y vamos a aprender a poner el sujeto gramatical en el lugar que corresponde: Tú, hombre, no me drogues. Tú, hombre, no me sometas.

«No soy un pájaro y ninguna red me atrapa. Soy un ser humano libre con una voluntad independiente»

Jane Eyre (Charlotte Brönte)
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