Final del juego

COLUMNISTAS | MONCHO ALPUENTE

Al ministro del Interior (de lo Anterior) Jorge
Fernández Díaz, se le apareció Dios en un casino de Las Vegas. El Espíritu
Santo, que sobrevolaba las máquinas tragaperras en busca de clientes, se le
acercó para recriminarle por sus malas acciones. El desierto de Nevada fue para
el ministro como el camino de Damasco para el converso San Pablo.

El ministro
Fernández estaba en Las Vegas en viaje oficial. ¿Qué pinta un político español y
cristiano negociando con los tahúres y los truhanes de la capital del pecado? El fantasma de Adelson aún no había aparecido como un espejismo en los campos
de Alcorcón pero Fernández era un pionero y el providencial encuentro con la
tercera persona de la Trinidad obró milagros en su carrera profesional. Con el
furor de los conversos Fernández no se salta una misa, ni evita una penitencia
y confunde las “concertinas” de la Valla de Melilla con los cilicios con los
que se mortifica.

Al ministro Fernández le ha reclutado este gobierno
de sinvergüenzas para ejercer de primer mamporrero del Estado. Atrincherados
entre sus mentiras y sus coartadas, acosados por el escándalo perpetuo,
nuestros gobernantes y sus leales opositores son ludópatas de la política y
nosotros las fichas con las que juegan en su desenfrenada partida. Para
mantener su nivel de juego, políticos, empresarios, financieros y trileros de
élite nos han esquilmado, siempre lo 
hicieron pero pocas veces con tan insaciable voracidad. Mareados por
tanta marea callejera, desprestigiados y dispersos los políticos testaferros solo
pueden recurrir a sus esbirros, engrosar sus tropas mercenarias privatizadas y
prepararse para el asedio de los que no tienen nada que perder porque se lo
quitaron todo.

Como regalo de navidad, el ministro Fernández nos ha
comprado a los madrileños  un camión
botijo con potentes cañones de agua coloreada. Para el ministerio “el vehículo
ideal para acometer el control de masas”. Acometer, controlar, reprimir,
multar, encarcelar, mutilar… Contra la fuerza de la razón la sinrazón de la
fuerza. Sus coartadas caen como fichas de dominó, como castillos de naipes, su
democracia es un grotesco remedo, pero las masas, acometidas y esquilmadas ya
están al cabo de la calle. Final del juego. 

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