“A tornallom”, de Enric Peris y Miguel Castro (2005)

Cuando el cemento azul lo invade todo

El 3 de Marzo del 2003 llegué a Valencia, la muy fértil y abundante. En ese momento no sabía que llegaba para quedarme en aquella tierra de promisión. Pronto me dieron la bienvenida bombas caídas del cielo sobre Irak. Las protestas me ayudaron rápidamente a situar el Consulado de EEUU, la sede del PP y a un cajero de Mercadona que se parecía a Tony Blair. Un, dos, tres, cuatro… detonaciones con estruendo golpeaban la ciudad. O no, quizás sea la mascletà. Bombas de racimo, fósforo blanco, bombas de uranio empobrecido bajo el puente de las flores. La Nit del Foc. La ciudad en llamas iluminaba las churrerías con olor a buñuelos. La Nit de la Cremà. Arde Valencia en fallas.

Meses antes, en el verano del 2002, máquinas excavadoras arrasaban campos cultivados y tiraban abajo casas habitadas. Imágenes de desolación entre los supervivientes que recordaban la masacre del campo de refugiados de Yenín. Personas conmocionadas sentadas sobre una montaña de escombros que antes era su casa. Imágenes de rabia e impotencia entre los que siempre pierden. Palestinos, irakíes o habitantes de La Punta, de la huerta valenciana. “A tornallom” es una expresión valenciana que define el apoyo mutuo, sin dinero de por medio, entre los agricultores de la huerta. Hoy te echo una mano, mañana ya me ayudarás tú. Pero también es el espíritu que incendia el trabajo documental de Enric Peris y Miguel Castro, donde nos cuentan una historia de resistencia contra el poder político y económico valenciano. Una historia de lucha desigual. La de siempre, la de piedras contra tanques. La de la desobediencia pacífica contra la impunidad de las excavadoras. La de personas muy distintas unidas en colectivo en defensa de una forma de vida.

Sus protagonistas, las vecinas de siempre de las alquerías de La Punta. Sus protagonistas, las vecinas del mañana que escapando de la especulación del ladrillo de la gran ciudad, llegaban a la huerta y creían encontrar un hogar tras la ocupación de espacios abandonados, una nueva forma de vida, algo por lo que luchar. Y al otro lado, la imposición del plan de la Zona de Actividades Logísticas, una ampliación especulativa de las zonas colindantes al puerto de Valencia, unos 683.000 metros cuadrados, que se vendió en su día por las instituciones como un proyecto urgente y necesario para albergar a las nuevas empresas que harían de Valencia uno de los grandes puertos comerciales del mundo y el referente del tráfico de mercancías del Mediterráneo. ¿Megalomanías, delirios o valencianismo en vena?

Pasaron por encima de más de 600 personas que vivían desde hace muchas generaciones atrás en La Punta. Arrasaron alquerías y barracas centenarias. Llenaron de escombros la tierra fértil que daba sus frutos. Desalojaron por la fuerza a las personas que allí vivían y les impusieron una expropiación de risa a precio de suelo rústico. Muchos malvivieron con el dolor y la pena dentro durante años, pero lo que más arroja sal en la herida es que a día de hoy, cuando se conoce el reparto del botín popular a golpe de sobre, toda la superficie de huerta expropiada que rebosaba de vida se ha convertido en un gran solar yermo sin ninguna actividad. Y es que el poder se ha especializado en exprimirnos, empobrecernos, aniquilarnos, y en esas ya va por el tercer máster, en la educación privada, por supuesto.

Ese territorio libre y fecundo que era la huerta de La Punta, convertido ahora en un erial, en un gigantesco y triste solar muerto es la metáfora perfecta para describir a esta tierra tras casi 20 años de saqueo y rapiña de políticos y empresarios amigos. Porque no hay que olvidar que la frase “Estoy en la política para forrarme” corresponde a una grabación telefónica entre cargos del PP cuando se investigaba el caso Naseiro a principio de los 90. Y esa foto casi perfecta del 2009, síntesis de la impunidad total en la que Francisco Camps, en ese momento Presidente de la Generalitat Valenciana, al volante de un Ferrari azul descapotable, y Rita Barberá, alcaldesa de la ciudad de Valencia, de copiloto, llevaban de paquete al dueño y a los pilotos de la escudería del Cavallino Rampante que estaban realizando una exhibición en Valencia. ¿Demostración de poder o juego maestro en el tablero del populismo de masas? No hay que engañarse, ese es el circo de 4 pistas al que nos han sometido durante años con el beneplácito de sus votantes. Desde la Terra Mítica, la Ciudad de las Ciencias, ese cementerio de elefantes por el que Calatrava cobró dos veces, la Valencia Summit, la Ciudad de la Luz, la America’s Cup, la Volvo Ocean Race, el circuito urbano de la Fórmula 1, la visita del Papa, el aeropuerto de Castellón, la política de grandes eventos, de proyección mediática internacional, de fastos, de enterrar y enterrar el dinero de todos, de grandilocuencia y barroquismo, de escaparate pero vacío por dentro como una falla cuando le prenden fuego, es una vuelta de tuerca al lema del despotismo ilustrado “Tout pour le peuple, rien par le peuple”, en la brillante cabeza de nuestros dirigentes suena a algo así como “Todo para nosotros, mientras que el pueblo piense que es para ellos”. Y así nos va.

Hoy mismo José Francisco Ceres, el Juez del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana que instruye la causa sobre la supuesta financiación irregular del Partido Popular en la Comunidad Valenciana, ha dictado un auto de apertura de tres nuevas piezas separadas en la investigación de esta causa, flecos aún sin aclarar del cogollo Gürtel. ¿Cómo se forraron con la cobertura televisiva de la visita del Papa a Valencia en Julio del 2006? ¿Cómo se engrasaba la contratación entre la Generalitat y el grupo de Correa? ¿Qué delitos fiscales contra la Hacienda pública cometió Orange Market? Y es que estas nuevas vías de investigación se suman a las ya conocidas sobre presunto delito electoral y prevaricación en la contratación de Orange Market por la Generalitat y nos confirma que el mediático juicio de los trajes no era sino la punta del iceberg de un sistema corrupto, contaminado, en descomposición, con metástasis por toda la estructura de poder pero con el necesario consentimiento y la complicidad de su granero electoral.

¿Sociedad enferma? Sin duda, en la que el espíritu de A tornallom, esa solidaridad y apoyo mutuo que da bienestar y nos acerca como personas ya casi no es posible nada más que en perdidos archipiélagos de personas libres. Y es que el mejor golpe de los que sólo pisan moqueta y el suelo del coche oficial es hacer creer a la gente que ha vivido por encima de sus posibilidades, mientras ellos se gastaban en confeti, con el dinero del saqueo de la Gürtel, lo que una familia en medicamentos durante toda su vida. Culpabilidad y miedo, esas son sus armas y les ha funcionado. Miedo a que aún pueden ir peor las cosas. Y seguro que irán.

Pero en esta radiografía urgente, en los pasillos previos al quirófano, la buena noticia sería que el único foco infectado fuera la cúpula del PP valenciano, o si quieres todo el PP, o el PP y sus amigos, o el PP y sus votantes. Pero me da que la enfermedad moral se ha cebado desde su interior en todas las instituciones que han detentado poder, ya sean los grandes partidos y sindicatos, las organizaciones empresariales, parlamentos, ayuntamientos. ¿Pero es que alguien puede confiar en la banca y el gran capital tras los naufragios de corsarios como la CAM, Bankia o el Banco de Valencia? ¿A alguien le extraña que figure Mercadona entre los donantes de los papeles de Bárcenas? ¿Alguien cree en la justicia tras la absolución de Paco “el curita” y Ricardo Costa? ¿A alguien de verdad le perturban las cargas policiales indiscriminadas contra estudiantes adolescentes, o hemos perdido todos la inocencia?

En la película, hay un momento impagable que puede condensar todo lo anterior. Desde las instituciones que pretenden desalojar a las personas que viven en La Punta, envían a las empresas de demolición con sus palas excavadoras para derribar alquerías y barracas. Y pese a que no tienen sentencias judiciales en firme para expulsar a los vecinos, presionan, intimidan y fuerzan su salida, utilizando el hostigamiento, el miedo y la presencia amenazante de las fuerzas policiales. Y hay un momento, en el que nadie se lo había pedido, pero uno de los mandos policiales arropado por los suyos, quitándose la careta se dirige a los peligrosos resistentes: dos ancianas, tres chavales y una niña, y consciente de que tiene el poder, tiene las armas y tiene la impunidad de su parte, amenaza: “Hoy aquí no deben estar porque van a perder.”

Y con ese espíritu y seguridad llevan 20 años y seguirán el tiempo que les dejemos, si no somos capaces de coger las riendas de nuestro propio futuro, y mejorar como colectivo y como sociedad.

Marco Potyomkin
Potyomkin Pro

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