EDITORIAL: Imaginemos un mundo bueno

EDITORIAL | Ilustración: Portada del cnt por LaRara | Extraído del cnt nº 429.

En recuerdo del compañero José Manuel Lara

Resbaladizo, obtuso, genérico, viejo, extraño, complejo, filosófico, interpretable, polémico, inútil, utópico… son calificativos habituales cuando a alguien que se dice de izquierdas se le pide qué le significa la palabra emancipación… Diagnóstico de un problema. Un problema grave, pues es cuestión de imaginación: imaginación política por un lado, e imaginación utópica por otro. Política, en cuanto modos de acción colectiva que ponen en cuestión el orden social y político existentes. Utópica, en cuanto capacidad de crear y construir alternativas convivencialmente justas y libres.

En su forma verbal «emancipar», la RAE propone 2 acepciones, concisas pero densas de sentido, aunque un tanto «rancias» en sus enunciados: 1. Libertar de la patria potestad, de la tutela o de la servidumbre. 2. Liberarse de cualquier clase de subordinación o dependencia.

Si nos fijamos atentamente el primer significado es estrictamente jurídico o institucional y, por ende, esencialmente paternalista: algo o alguien liberta a quien sea de… El segundo significado, por fortuna, apela a una acción, no se sabe si individual o colectiva o ambas, que se libera «de cualquier clase de subordinación o dependencia». El primero habla de una instancia «superior» que define y regula el acto y el hecho de ‘emanciparse’. El segundo invita a una acción autónoma, individual o colectiva.

La doble definición de la Academia tiene la virtud de ubicar la acción de emancipar(se) en el contexto de qué es de lo que hay que «liberarse». De ahí la problematicidad del término, pues apela necesariamente a la reflexión previa de aquello de lo que cada cual piensa, siente o desea emanciparse. Los vicios de la definición son, sin embargo, correlativos a las dos acepciones. Por un lado, está la intrínseca ambigüedad de quién es el sujeto de la emancipación: un sujeto individual o colectivo. Y, por otro lado, si tal sujeto es pasivo (le «emancipan») o activo (se «emancipa»).

Son pues diversos los interrogantes: ¿De qué hay que emanciparse? ¿Me liberan o me libero? ¿Es una acto básicamente individual o esencialmente colectivo?

Pero más preocupante, si no importante, es preguntarse: ¿para qué hay que emanciparse? El «para qué» nos coloca en la siempre incómoda tesitura de pensar, crear e inventar un horizonte emancipado. Ejercicio que parece más literario que sociopolítico, toda vez que se supone que la población está «curada» de la enfermedad de las utopías, y debemos ser por tanto necesariamente realistas, pragmáticos y posibilistas, sin tener que apelar a horizontes máximos de igualdad social y libertades plenas. Pues quién, en sus cabales, puede osar definir, de un modo inteligible y útil, otro tipo de sociedad que no sea la existente, mejorada quizás con un poco más de libertad y con un poco menos de desigualdad. Nos han inoculado el miedo a imaginarnos como seres libres e iguales, en una sociedad autoorganizada por personas libres e iguales, pues tanta imaginación deviene contraproducente: no sea que sin darnos cuenta estemos abriendo el algoritmo de las distopías, que por supuesto no deseamos.

Pero no hay mejor antídoto contra las distopías, que unas buenas dosis de utopías. En plural, ya que los horizontes utópicos son y deben ser siempre abiertos, no únicos, si no múltiples y diversos, pues no hay más confiables, creíbles y eficaces horizontes de libertad e igualdad, que los que construyen las gentes que piensan, sienten y desean emanciparse, desde abajo, en un contexto y una realidad social concretos.

La imaginación es el resorte para articular nuevos modos de cómo convivir, vivir y relacionarse. Poner en el centro del debate la emancipación es abrir las luchas sindicales y sociales cotidianas a la reflexión de sus últimas consecuencias. Es poner en entredicho las propias ideas para vislumbrar las posibles alternativas de cómo construirnos individual y socialmente con parámetros que no sean los de la explotación, la opresión, la manipulación y el autoritarismo imperantes.

Aunque nos atenace la perplejidad, son tantas y contumaces las razones para hablar de la emancipación, que al hacerlo estamos realizando un acto en sí mismo emancipatorio.

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