La profanación de la morada humana.

El signo característico de la praxis introducida por la burguesía es lo utilitario, consiste en verlo todo como materia de explotación y rendimiento, desde la naturaleza al hombre.

La naturaleza es considerada como fuente de materias primas, el hombre como mano de obra y como animal de consumo, como simple receptáculo pasivo de un proceso invasor cuya motivación última es la creación de plusvalía y dividendos para los magnates y plutócratas que tienen en sus manos los resortes de la producción.

El capitalismo avanzado intenta presentarse como un sistema capaz de embellecer la vida humana, pero lo único que ha hecho hasta ahora es destruir y deformar sistemáticamente la morada del hombre.

Mientras los anuncios publicitarios ensalzan los productos comerciales e intentan presentar el proceso de consumo como un paraíso mágico, las máquinas socavadoras destrozan la naturaleza y convierten las ciudades en termiteras infernales, al servicio exclusivo de los oligopolios industriales y financieros.

El capitalismo ha completado su proceso de dominio económico-social extendiéndolo al ámbito de la naturaleza y al medio ambiente. Su elemento central es la subordinación a los grupos de presión. De ahí que en los países dominados por el industrialismo no quede prácticamente ninguna zona de la naturaleza.

A la larga todo se va convirtiendo en materia muerto o en un espacio envenenado; los ríos, los lagos, los mares, los peces, el agua de los manantiales y las fuentes, los animales y las plantas.

El aire que respiramos está contaminado por la polución, los alimentos que ingerimos están llenos de sustancias tóxicas. El nexo entre el hombre y su entorno es cada día más precario y difícil de sostener. Los siglos XX y XXI, son los siglos del crimen ecológico.

Las ciudades han perdido su carácter de hogar para convertirse en simples lugares de venta y circulación, en una Babel caótica de almacenes, garajes, bazares y supermercados. Los jardines son las superficies de aparcamiento.

Esta mercantilización del espacio vital penetra en la propia subjetividad del hombre, completando así el proceso de su aniquilación espiritual. La destrucción de la morada humana significa por el ello la destrucción de la humanidad.

Es evidente que la destrucción de la dimensión comunitaria y de convivencia perpetúa la hegemonía capitalista. Ubicado en un espacio vital usurpado totalmente por las mercancías capitalistas, el hombre actual tiene cada vez menos posibilidades de reunirse y comunicarse a fondo con sus semejantes. Cuando el hombre sale de su soledad es para asistir a algún espectáculo de masas o fundirse con la multitud como peatón o automovilista anónimo.

A fuerza de tratar con aparatos técnicos se hombre se mecaniza perdiendo su capacidad de autodeterminación, convirtiéndose en juguete de de un proceso tecno-productivo que no puede dominar y que le invade por todas partes como un alud incontenible.

La técnica, que en un orden racional de cosas podría contribuir a humanizar la existencia individual y colectiva se convierte en agresión y amenaza, es un proceso invasor que condiciona al hombre como totalidad estructural.. Y dado que esta totalidad es represiva su función es – para emplear la terminología marcusiona-totalitaria: “El totalitarismo no es solamente el hecho de una forma especial de gobierno o de partido, procede sobre un sistema específico de producción y distribución, perfectamente compatible con un “pluralismo” de partidos, con periódicos, con la “separación de poderes”, etc.

David Thoreau, desenmascaraba esta situación absurda con un ejemplo genial; “Tenemos gran prisa en construir un telégrafo magnético entre Moine y Texas, pero puede ser que Moine y Texas no tengan nada importante que comunicarse”.

El hombre ha quedado reducido al mínimo de lo que podría ser, se ha convertido en un autómata vacío y desintegrado que consume con gesto estereotipado y triste los pequeños placeres que la vida moderna le ofrece como compensación a su integración al sistema.

Aprovechando las ideas del libro “Opresores y Oprimidos”, cuyo autor es Heleno Saña. Esta publicación y otras suyas forman parte de mis libros de cabecera.

CNT de Bilbao

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