«La utopía no se pierde, ni se agota, ni se diluye»

Nazario
Luque Vera
, más conocido como Nazario, nació en Castilleja del Campo (Sevilla)
y ha pasado la mayor parte de su vida en Barcelona, donde se convirtió en uno
de nuestros más grandes historietistas y luego en pintor. Nazario es
considerado hoy como el artista contracultural por antonomasia, y fue una de
las piezas clave de la movida barcelonesa que, con singular maestría, ha sabido
plasmar en el libro de crónicas “La Barcelona de los años 70 vista por Nazario
y sus amigos”, publicado por Ellago Ediciones.

A.
Orihuela / Periódico cnt

Con tu libro en la mano, Nazario, parece que la persecución,
secuestro y ocultamiento de las prácticas libertarias no ha cesado. ¿Lo sientes
así? ¿Crees que los espacios para una disidencia real
y efectiva siguen siendo rápidamente ocluidos?

La eclosión o mejor, la resurrección del movimiento libertario que se insinúa en
la Barcelona de los 70 es la consecuencia de un espíritu que tuvo una gran relevancia
durante la República y que fue aplastado y silenciado por la Dictadura. En los
70, a la muerte de Franco algunos casi se
creyeron con derecho a decir” como decíamos ayer” sin tener en cuenta que habían
pasado 40 años. Los viejos anarquistas no entendían nada y los jóvenes tenían
que hacer una difícil y casi imposible adaptación a los nuevos tiempos. Aún hoy
es muy difícil rastrear qué hay de aquel antiguo concepto de anarquismo en los
movimientos okupas, los movimientos de barrio o en esa especie de coctel al que
han dado en llamar Indignados. Una generación machacada, criada en una falsa bonanza
económica, sin ningún tipo de salida posible para independizarse, castrados, viviendo
como jubilados de las migajas de pagas de jubilados, agotados sin apenas haber
movido el culo mirando impotentes unos poderes escurridizos, omnipotentes que
ya no se llaman dictaduras, ni caciques, ni siquiera fascismo mientras este,
como una hidra, solapadamente, va ganando adeptos, va consiguiendo votos mientras
nos distraen y engañan con tigres armados hasta los dientes con falsas bombas
que los amenazan a ellos, tigres armados hasta los dientes de auténticas y
destructoras bombas.

Nazario, ¿qué era lo mejor y qué lo peor de aquellas comunas urbanas en las que
vivíais?

Aquellas aparentes comunas no eran otra cosa que pisos compartidos que un grupo
de amigos con intereses comunes se comprometían a pagar mensualmente. La comida
era más bien cuestión de “sálvese el que pueda”. El que tenía más ingresos a
veces pagaba íntegro el alquiler, invitaba a comer o contribuía a organizar
comilonas. Los
que conseguían un trabajillo o recibían la paga por unas ilustraciones o unas
páginas de cómic, por unas actuaciones en Zeleste o por unas representaciones
teatrales en algún escenario, llenaban las despensas y
organizaban ­ estas. Eran pisos en los que vivían músicos, dibujantes de cómic,
gente de teatro o simplemente estudiantes de la misma Facultad. Entre los
diversos pisos se producía una especie de ósmosis e intercambios de trabajos,
amores o simplemente drogas. En los pisos recalaban colgados que se
“apalancaban” varios meses, artistas llegados de otras ciudades o simplemente de
paso, amigos extranjeros. De dos a tres años era el tiempo de duración de
aquellos pisos hasta que todos, como matrimonios, se separaban hartos unos de
otros.

¿Qué tuvieron para que fueran irrepetibles las Jornadas Libertarias de 1977?

Las Jornadas Libertarias se celebraron en el momento adecuado habiendo resultado
imposible su celebración tanto un año antes como un año después. Desde la
muerte de Franco hasta el 77 todo fueron preparaciones, ensayos, asambleas, autogestiones,
puestas al día, convocatorias, acuerdos hasta llegar a un momento de madurez
tal que la convocatoria en el Park Güell logró reunir más de doscientas mil
personas. Poco después la represión de la policía, el acoso de grupos fascistas
y el “caso Scala” acabaron con cualquier posibilidad de resurrección del
movimiento libertario.

Leyéndote, uno tiene la sensación de que estuviste siempre en el lugar
apropiado y en el momento exacto en el que estaban pasando las cosas, ¿esto es
azar, búsqueda consciente de las situaciones, instinto de supervivencia grupal?

Mi elección de Barcelona como ciudad ideal en la que vivir y trabajar a comienzos
de los 70 respondía a ser aquella la ciudad más europea” de España, en donde se
respiraba más libertad y en donde había un inconfundible olor a cambio, innovación,
creación de un mundo nuevo que venía aupado por el movimiento jipi, el amor
libre, las drogas, la sicodelia, la nueva música y el Mayo francés del 68. Los movimientos
de liberación de la mujer, de los homosexuales, los movimientos ecologistas, el
movimiento underground… Todo se
estaba fraguando en la clandestinidad en Barcelona, paralelos a los que se
desarrollaban en Estados Unidos, Francia o Inglaterra. Yo no estaba en
Barcelona por casualidad y llegué de Sevilla preparado con una mentalidad
abierta y unos trabajos con los que contribuir a que Barcelona llegara a ser
durante estos años. Yo estaba en donde pasaban las cosas porque estaba contribuyendo
a que pasaran.

Otra sensación de la lectura de tu libro es que tampoco estabais tan lejos de lo
que la más rabiosa vanguardia podía estar haciendo en otros lugares del mundo. Las
performances de Ocaña y Camilo en las Ramblas, por ejemplo, ¿o todo aquello no
era más que pura intuición?

En aquellos años no existía lo que hoy llaman globalización que no es más que
un mimetismo a nivel internacional frecuentemente más para mal que para bien.
La idiosincrasia estaba más acentuada y a cualquier pequeña influencia venida
de lejos, se le imprimía un carácter, como un “touch” picassiano, que la hacía
diferente y única. Como las vanguardias, los movimientos y las performances sólo
suelen ser vistas por los ojos de los críticos miopes sólo a posteriori y como
reflejo y por comparación de lo visto anteriormente en otros lugares, según
ellos originarios de cualquier nueva manifestación artística, lo que ellos
veían en las Ramblas era algo tan nuevo que aún no estaba catalogado en sus
pobres y miméticos esquemas. Así las actuaciones de Ocaña y las manifestaciones
artísticas en sus exposiciones eran algo que sobrepasaba sus esquemas, que no
tenían valor comparativo porque aún no habían sido contemplados en ningún otro
lugar.

Tanto Ocaña como Camilo reconocían lo mucho que habían aprendido de ti y la
deuda intelectual que tenían contigo, y tú ¿Qué conservas de ellos?

Yo siempre fui la “tieta” (tia soltera mayor entre los catalanes) entre los underground,
todos muy jóvenes. Ocaña y Camilo también eran algo más jóvenes. Pero además yo
era lo que en la época se llamaba “un intelectual progre” o lo que sería lo
mismo, un tipo culto progresista de izquierdas en medio de jóvenes de cultura mediana,
de escasa base política y artísticamente cercanos al pop en cuanto a los dibujantes
y de una tremenda cultura popular y una frescura de campo virgen predispuesto como
una esponja a empaparse a fondo de todo aquello que consideraran acorde a sus
convicciones, a todo lo que ellos consideraran un enriquecimiento. Yo adolecía
de rigidez, encorsetamiento, falta de espontaneidad. En Sevilla un amigo
pintor, gran caricaturista, me había retratado con una bata de cola en cuyo extremo
me había clavado al suelo con una chincheta. Ocaña y Camilo supusieron para mí
como la liberación de aquella chincheta. Ambos me habían liberado de un cierto
enmohecimiento, de una especie de capa rancia adquirida por el contacto con
homosexuales lectores de Gide, Bernanos, Índice o Cuadernos para el Diálogo.

Personalmente, me pareció un acierto que cerraras el volumen con una de las más
hermosas elegías que he leído nunca a un amigo. ¿Tienes la sensación que la ­ figura
de Camilo, que quiso ser todo y nada, ni pintor, ni actor, ni modelo, se
agiganta con el tiempo entre los que le conocieron?

Siempre uno se preguntará hasta qué punto vale la pena trabajar toda la vida con
el único objetivo de perdurar, de que su “obra” lo trascienda y quede como un legado
o una herencia que lo inmortalice. Para
ellos el tiempo se convierte en un dios al que se le rinde culto. ¡No hay mayor
pecado que perder el tiempo y mayor virtud que saber aprovecharlo! Pero hay
gente a las que esa inmortalidad les importa un comino, que sabe que, a menudo,
esas ansias de inmortalidad no son más que enmascaramientos de frustraciones y
unas elevadas dosis de vanidad. El tiempo, como a buenas cigarras, les trae sin
cuidado mientras tengan juventud y voz para cantar. Mi amigo Alejandro y Camilo
pertenecen al género de las plantas de jardín decorativas. Su obra consiste en
ofrecernos sus imágenes en todo su esplendor. Pueden desarrollar alguna
actividad artística ocasionalmente teniendo un gran sentido de la estética pero
aquella indolencia “manuelmachadiana”, aquella pereza oriental en donde el
tiempo adquiere otras dimensiones, sin prisas, sin apuros, sin relojes, los
convierte en seres de otras galaxias muy alejados de los conceptos capitalistas
o comunistas. No son productivos, ni siquiera artísticamente, por lo que sus
existencias no son tenidas en cuenta. Ni siquiera su condición de flores
decorativas tienen valor de mercado alguno por criarse salvajes ajenas a los invernaderos.

Creo que en la actualidad vives dedicado en exclusiva a la pintura. Tus
búsquedas personales, ¿por donde han continuado?

Desde hace un año o dos en que me enfrasqué en crear una exhaustiva página web
(¡siempre la vanidad y el espíritu didáctico del maestro que fui!). Fui removiendo
papeles guardados desde mi infancia, diarios, poemas, obras de teatro, cartas
encontrándome de pronto con el germen de una curiosa novela policiaca en la que
yo era la víctima y el asesino. Me puse a poner en pie una especie de
autobiografía y ando totalmente enfrascado en ella. Olvidado ahora de la
pintura, como un día comencé a olvidarme del cómic o como aquellos días lejanos
decidí que mis manos no estaban hechas para tocar la guitarra.

¿Cuánto hay del espíritu de Diego del Gastor en Nazario?

Diego del Gastor era un artista magnífico que regalaba su toque como Camilo
regalaba su belleza o mi amigo regala su charla amena y ocurrente. La sabiduría
de Diego como guitarrista era exhibida por él como algo innato, que él destilaba
sin esfuerzo, que compartía entre sus amigos, sintiéndose feliz contemplando la
cara de felicidad de los que oían su toque. Era un hombre de una sencillez extrema,
tímido y poco amante de homenajes. Ese espíritu de Diego aún persiste en
fantásticos viejos músicos indios, pakistanís o iranís, virtuosos, humildes y
casi desconocidos, rodeados de pequeños grupos de amigos, conocedores, buenos catadores,
alejados de grandes escenarios y que nos llegan a través de rudimentarias cámaras
de vídeo de admiradores que comparten su felicidad con la de cualquier alienígena
desconocido que acierte a asomar la nariz en su pequeño vídeo colgado en
youtube.

¿Qué fue de aquella generosa energía grupal libertaria, optimista y creativa
que marcó los años setenta? ¿Se agotó la Utopía?

La Utopía no se pierde, ni se agota, ni se diluye. Mientras haya gente con una
mentalidad joven, inconformista, renovadora, creativa existirá la utopía. La
utopía no tiene épocas, ni edad, no envejece. Como los sueños, las fantasías, los
mitos o las ilusiones, la utopía seguirá siempre buscando un mundo mejor y moviéndonos
a actuar para conseguirlo. Su negación conduce a la resignación, la esclavitud
y la muerte.

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La
Barcelona de los años 70 vista por Nazario y sus amigos. Ellago Ediciones,
2010. 252 págs. PVP 33 €

La
Barcelona de los años 70 vista por Nazario y sus amigos es un documento histórico
del movimiento contracu
ltural y libertario de nuestro país. Gracias a la
documentación recogida por Nazario y sus amigos cronistas se entiende
n las
vivencias de 
una época y la repercusión que aquella manera de vivir la realidad
del momento ha tenido en la comprensión del presente. Un tiempo de cambio en
todos los sentidos, artístico, social y económic
o, que tiene su reflejo en un
grupo de personas que rompen con la cultura de la época y se encaminan hacia un
modelo libertario de vida y expresión. Teatro, música, diseño toda
representación artística y social se convulsiona con la muerte de Franco.

Un
grito que de nuevo se recupera en 
nuestras calles más allá de conceptos y
teorías. Este libro es testimonio de la lucha de los jóvenes de los 70 por
recuperar la palabra y desechar de sus vidas el miedo en el que se trató de
educarles.


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