Productos discontinuos y descatalogados

DOSIER: Vivir sin penas | Ilustración de Raulowsky | Extraído del cnt nº 437

Pudimos haber cambiado el mundo. Otras vez, se presentó una nueva oportunidad que hemos dejado escapar del tamaño de la así llamada revolución del neolítico.

Por ejemplo, si se hubiera conservado el trabajo remoto en todos los casos se habrían reducido las emisiones de carbono por las cuales hoy se siguen haciendo marchas a las que nadie asiste con barbijo porque el covid, esa quimera, es algo preocupante si y solo si tenés compromiso inmunitario; las infecciones masivas hubieran quedado acorraladas, y se habría liberado espacio en las zonas céntricas de las abarrotadas metrópolis, evitado los desplazamientos masivos de personas para ir a trabajar, se hubiera reducido la jornada laboral hasta haber poder abolir el trabajo capitalista de esta tierra, cortado con los desplazamientos y gentrificaciones que luego estimulan las quemas por parte de los ministerios de la especulación inmobiliaria. Pudimos haber terminado con el turismo en todas sus formas, y por ende con la gentrificación de un plumazo. Pudimos haber detenido formas solapadas de colonización, formas encubiertas de invasión bajo el rótulo “viajar”. Sin turismo, sin aviones, sin resorts, pudimos haber contribuido o al menos ralentizado el inexorable exterminio de todos los animales de este planeta cuya existencia se ve diezmada debido a la existencia de nuestra civilización. Pudimos haberle dado un respiro a la Tierra y como un jardín que se regenera con la lluvia tras una sequía dejarlo reverdecer con nuestra quietud y reposo, con nuestra abstinencia de consumo y producción. Pudimos haber frenado el desmonte de lo poco que queda de selva y la quema del bosque nativo con nuestra negativa a reinsertarnos.

Pudimos haberle dado un respiro a la Tierra y, como un jardín que se regenera con la lluvia tras una sequía, dejarlo reverdecer con nuestra quietud y reposo, con nuestra abstinencia de consumo y producción.

Pudimos haber abolido también la escuela, esa carcelcita oficina donde se aprende la ciudadanía, máquina de producirnos como salchichas sumisas por la ley, la paz, la decencia, y el orden; donde se aprende la democracia, esa mentira creada por pedófilos sofisticados helenos, hoy tan fortalecida como la fachogresía; pudimos haber acabado con el mito meritocrático de que es pobre el que quiere por falta de voluntad porque esta es la tierra de las oportunidades y mala suerte si encima también tenés una enfermedad. Pudimos haber hecho tanto con la inacción, pudimos haber terminado con la investigación científica al servicio del glifosato y la comida transgénica. Pudimos haber anulado la distancia infranqueable entre artistas inalcanzables, ídolos falsos, y espectadores fanáticos sedientos de exprimir emociones insensibles. Pudimos haber haber logrado la abolición de la escuela (y de toda educación institucionalizada formal en instituciones de encierro occidentales y blancas) en pos de alternativas de creación de conocimiento, puesta en común y libre circulación de los saberes que incluyan otros acercamientos, sin coerción, sin notas, sin aulas, sin horarios, sin obligatoriedad. Pudimos volver a los oficios, acortado la distancia entre quien conoce y aquello que se dispone a conocer como para volver a saber si hoy va a llover con solo mirar el cielo o en qué dirección el viento sopla y qué significa eso.

Tampoco volver a la normalidad mantuvo lazos de amparo y protección para con las personas que están forzosamente solas. Sin embargo, se hubiera podido obligar a los hoteles vacíos de 5 estrellas aquel primer año de pandemia a albergar de manera gratuita sine die a cualquier persona en situación de calle o en una vivienda no adecuada que así lo solicitase junto a sus animales de compañía en vez de luchar por meterse ahí adentro a trabajar con un contrato laboral escrito en inclusivo y un sindicato carnero.

La calidad del aire tanto en espacios cerrados como públicos se hubiera visto mejorada con una menor afluencia de aforo en espacios ineludibles de mucha demanda, como una farmacia, un hospital, o una estación de micros, y con un uso restrictivo de los vehículos de combustible fósil; pero especialmente el aire acondicionado de oficinas, hospitales, instituciones en general que se empieza a cobrar vidas con bacterias como la legionella. Pudimos haber creado una conciencia de evitar contagios con medidas de precaución de todo tipo para transmisiones infecciosas con el aislamiento preventivo voluntario ante la presencia de síntomas en vez de ir a trabajar igual, tome frío, no es nada, me duele la garganta, dormí mal y sin barbijo escupir o estornudar arriba de un tren lleno en hora pico. Pudimos haber entendido que la salud no es el estado normal de los cuerpos si no un estado de excepción, intensidad máxima que debe ser de manera colectiva prolongada con cautela entre otras cosas frenando el capitalismo y el trabajo asesino dentro de él, en vez de exacerbar que los vulnerables son dispensables como un pañal de plástico flotando hediondo en la costa sobre el cual una gaviota hambrienta y sucia se posa.

Pudimos haber tomado los medios de producción, y descartado aquello de lo que podíamos prescindir, a favor de una vida donde no hay tanto para elegir en la góndola de los deseos pero que alguien se quede totalmente afuera a su suerte es impensable. Modalidades laborales sin atención al cliente, abolida la posibilidad de por una módica suma de dinero experimentar la oportunidad de saber qué se siente ser de la realeza y que alguien te haga las manos o te limpie las migas de una mesa que te sirven sin hablar. Pudimos haber aprendido a comer y a cocinar aquello que mejor le sienta a cada cuerpo singular por fuera de los modelos agroindustriales de trasngénicos y glifosato, hacernos cargo de nuestros alimentos, crear huertas comunitarias y cocinar para quienes no pueden hacerlo. Pudimos haber tendido redes permanentes vecinales de cuidado de los adultos mayores, y de cualquier persona sola que no desee estar sola o que requiera apoyo. Pudimos haber ido a buscar a todas las infancias que viven encerradas en orfanatos y reformatorios, es decir penitenciarias por el crimen de haber nacido, y hacernos cargo colectivamente, no dejarlas ahí donde continúan, donde permanecen mientras imitan a ricos y famosos y adquieren criaturas rubias angeladas de chernobyl (es mas barato) por el derecho a elegir la religión de la familia rickimartiana y el derecho al futuro de las infancias diversas que aún no nacieron.

Pudimos haber abolido a la policía luego de todas las atrocidades que realizaron en todas partes del mundo incluso durante una emergencia sanitaria sin precedentes como las lacras abusivas, sádicas y miserables que son. Pudimos haber vuelto a desear el fin del capitalismo en todas y cada una de sus formas. Pudimos haber hecho de la máscara nuestro nuevo rostro anónimo que dé cuenta de la fragilidad inherente a toda existencia como de su entidad criminal para supervivir en esta atrocidad llamada capitalismo tardío, pero nos da seguridad que las cámaras de seguridad nos tomen fotos, el perfil verificado en la red social, y firmar autógrafos.

Moverse menos, moverse poco, moverse apenas, moverse lento, pudimos parar el mundo. Vivir chiquitito en vez de ser las funcionarias de la agonía de esta máquina de torturar y exterminar so pretexto de hacer el bien, derechos y leyes, esa trampa mortal.

Pudimos haber estado a la altura de los acontecimientos por una vez y pegar un salto hacia el vacío de un nuevo paradigma, donde pudiéramos estar a resguardo, tener el cobijo de una guarida y como los primeros monachoi, compartirlo todo, el cuidado mutuo, el alimento, el cuerpo. Que por una vez en este siglo la libertad no fuera el mercado.

Ver a todo el mundo de acuerdo que este mundo puede prescindir de viejos y enfermos tanto como de neutrófilos, como de la sinapsis neural por las secuelas, con tal de poder volver al trabajo, a las escuelas, a los bancos y las oficinas, a los recitales, y los cumpleaños. Cuan mediocre y entristecedor querer volver a una vida tal cual la que teníamos. Pudimos haber estado a la altura de los acontecimientos por una vez y aprovechar la oportunidad para pegar un salto hacia el vacío de un nuevo paradigma, una dimensión desconocida donde pudiéramos estar a resguardo, tener el cobijo de una guarida y como los primeros monachoi, compartirlo todo, el cuidado mutuo, el alimento, el cuerpo. Que por una vez en este siglo la libertad no fuera el mercado.

Quienes hablan del futuro de sus hijes y piensan en que sean felices y nos les falte un trabajo honesto como empleados de oficina de una multinacional o como patrones de personas explotadas hasta mentalmente que sus progenitores cancelaron justamente el futuro porque se aburrían en sus casas y extrañaban las formas sociales donde la única manera de amenizar es consumir y explotar a alguien más, ¿Qué les dirán? ¿Que tuvieron miedo y volvieron contentes, alegremente cantando, a la casa de un padre violador y severo pero con aire acondicionado en verano y tiro balanceado en invierno, en vez de enfrentarle y pegarle la estocada final? ¿Creen que el agua que no deja de contaminarse va alcanzar para que su prole beba? ¿Qué entenderán de lo que dejemos escrito, de lo que digamos, toda una turba generacional de personas con neblina mental o daño vascular, cuya salud, cuyas células se ven mutadas por las reinfecciones recurrentes, ignoradas y naturalizadas, de un virus que no cesa de modificarse debido a la circulación permanente con un sistema sanitario, público o gratuito, que no da a basto? ¿Qué historia crearán para las futuras generaciones de militantes por la diversidad funcional de las secuelas del covid permanente, sabrán que pudimos haber evitado que su opresión existiera pero que a escala planetaria elegimos dejarles enfermar hasta discapacitarse mientras mueren por falta de agua bajo el calor infernal de un planeta que se quema para siempre con tal de no tener que privarnos de ninguna de las alegrías compensatorias que el capitalismo nos ofrecía y por ende ahora somos desertificación y pesticidas?

Ya nunca volverá aquietarse mi espíritu, cómo podría, tras haber visto un portal que se abre hacia otro mundo, y haberlo visto cerrar, como en las películas, y no haber podido dar el salto.

Aceptaron llamarle a a TODO eso NORMALIDAD, lo cual habla a las claras de cuánto está dispuesta a aceptar sacrificar la civilización que no puede vivir sin, formateadas como recién salidas de fabrica, su obsolescencia programada. Y miraron atrás con ojos de piedra como estatuas de sal. Da mucho miedo que los nazis estén tan mal vestidos, camuflados por todos lados sin distancia alguna ni enfrentamiento entre formas de vidas. Y que el resto sea apatía, inercia, o decepción.

Eventualmente, van a tocar a tu puerta también.

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