Cambios que no acaban de llegar

GASPAR MANZANERA | Imagen: ÁLVARO MINGUITO | Extraído del cnt nº 420

Comentaba una compañera que era alucinante lo implicado que estaba su padre con sus críos en comparación con el desdén que le tuvo a ella y sus hermanos toda su infancia. Ahora era un abuelo que iba a recoger a la nieta a la guardería, que iba con ella al parque, que la daba de comer…lo que hiciera falta. Si se lo dicen hace 20 años no se lo hubiera creído. En la conversación había gente más y menos optimista con el feminismo. Gente que opinaba que esto era parte de un cambio social mayúsculo e imparable del que las personas mayores también son parte. Otra gente opinaba que esto se debía a la mayor disponibilidad de los jubilados, esto es, que si no se preocupó de sus hijos es porque le faltó tiempo en su día.

Desde nuestras vivencias personales tenemos sesgos de percepción que impiden que podamos hablar desde ellos de lo que ocurre en general sin sobredimensionar lo que nos afecta o nos impresiona de manera más particular. Sin embargo, el efecto del feminismo en el reparto de las “tareas del hogar” no es un sesgo de percepción ni de una generación ni de determinados grupos sociales. A ver por qué.

El efecto del feminismo en el reparto de las “tareas del hogar” no es un sesgo de percepción ni de una generación ni de determinados grupos sociales.

La primera noción problemática de este debate es la de “trabajos de cuidados”, “tareas del hogar”, “trabajos feminizados”… Sin duda hay una categoría de tareas que intuitivamente asociamos a los hogares y, automáticamente, a las mujeres.

Amaia Pérez Orozco (2014, p.152) ubica estos trabajos en la Esfera de la Sostenibilidad de la Vida, en sintonía con otras teóricas de la economía feminista. De esta manera, se define una categoría de trabajos que sirven para permitir la reproducción de las condiciones de vida y que quedan fuera de los circuitos de renta y valorización habituales. Otros enfoques de la teoría crítica incluyen en estas tareas también las emociones a las que van vinculados, como aspectos que también quedan escindidos del mecanismo que hace funcionar al capitalismo (C. Navarro Ruiz, 2017)(A. Briales, 2014). Ambas perspectivas comparten la idea de que estas tareas tienen en común ser trabajos de no-mercado, tienen en común el hecho quedar fuera de los circuitos económicos principales, que son por los que circula el dinero. Resulta problemático además concebir como trabajo de cuidados aquellas tareas que quedan fuera de la circulación monetaria cuando en las últimas décadas se ha dado un proceso de mercantilización de más aspectos de la vida que, inevitablemente, también ha afectado a estas tareas. Por otro lado, reducir todos estos trabajos a “cuidados” entraña el riesgo de simplificar la variedad de actividades que se dan en esa esfera económica y, además, el riesgo de idealizar esas actividades como si tuvieran asociado un contenido intrínsecamente afectivo.

Sin embargo, la profusión del concepto de “los cuidados” como un concepto que ya circula en el debate público justifica que de aquí en adelante se vaya a usar la categoría de “trabajos de cuidados” para hablar de ese conjunto de actividades necesarias para la reproducción de la vida, mayoritariamente fuera del mercado y el salario.

¿De la división sexual del trabajo a la división generacional del trabajo?

Para entender por qué los abuelos ahora tienen una mayor implicación en la crianza es necesario ponernos en antecedentes con otras circunstancias que se dan a la vez:

  1. La esperanza de vida ha subido notablemente con respecto a la de las generaciones anteriores en un corto periodo de tiempo (medio siglo).
  2. La proporción de menores respecto de ancianos en el conjunto de la población se ha invertido en el mismo plazo de tiempo.
  3. La productividad del trabajo ha permitido que las sociedades del centro global sufran severas mutaciones en el mundo laboral, con una marcada terciarización del empleo.

Es habitual dar tratamiento a estas circunstancias de manera autónoma, como si fueran fruto de procesos independientes. Sin embargo, relacionar estos fenómenos explica una de las transiciones más importantes que se están dando en el campo de los cuidados. La perspectiva que explica por qué se está produciendo una “feminización de la vejez” se enmarca en la Teoría de la Revolución Reproductiva que sostienen John MacInnes y Julio Pérez Diaz (2008). Conforme a esta teoría, la modernidad ha traído aparejada una transición demográfica hacia un estado de “eficiencia reproductiva” inédito en la historia humana y comparable a las revoluciones productivas y políticas de la modernidad. Esta revolución tendría unas implicaciones sociológicas de primer orden sobre la sexualidad, el reparto de las tareas de cuidados o el modelo de familia. El motor de esta revolución se encuentra en la “eficiencia reproductiva”, que es el estadio demográfico por el cual se estabiliza la población humana en torno a una tasa de reproducción “sostenible”, esto es: se conciben las personas que van a vivir una vida longeva. Esta situación contrasta con la previa, en la cual se concebían a muchas personas que sólo de manera excepcional tenían vidas largas.

El origen de esta eficiencia estaría en el aumento del nivel de recursos disponibles que ha universalizado el acceso a la vejez para amplias capas de la población. Pero una vez inmersos en ese nivel de recursos aparece un comportamiento que no se explica por las teorías que establecen una causalidad unívoca entre precariedad vital y baja natalidad, lo que es bastante frecuente en el debate público actual. La gente no deja de tener hijos por tener menos recursos, más bien al contrario. Las explicaciones hay que encontrarlas en otra serie de transformaciones civilizatorias que, efectivamente, son del tamaño de la revolución industrial en lo económico y las revoluciones burguesas en lo político. En las sociedades del centro global la formación de familias y la reproducción ha pasado en un corto periodo de tiempo de ser una obligación social de primer orden a ser una opción libre. Este cambio lleva la reproducción al terreno de la libre decisión, lo cual ha trastornado la vida de las mujeres, su relación con los trabajos extra-familiares y el concepto mismo de la familia. En lo principal, este cambio supone que el tiempo de vida de las mujeres deja de ser una secuencia de tiempos de embarazo con tiempos de crianza para permitir la integración de otros tiempos, especialmente de “trabajo mercantil”. También hay otros efectos, como el propio concepto de familia, que ha transitado de una forma premoderna que combinaba el patriarcado neolítico con un comunitarismo primitivo hacía una forma familiar más plástica, líquida y, fundamentalmente, libre. Se revierte así la “especialización” que siguió a la industrialización del siglo XIX por la cual las mujeres se debían dedicar a la prole de la familia y los hombres a alimentar dicha familia. Que esta transformación sea vista como algo negativo, decadente y peligroso sólo puede entenderse desde una ética liberticida y misógina.

La formación de familias y la reproducción ha pasado en un corto periodo de tiempo de ser una obligación social de primer orden a ser una opción libre.

Esta sería la explicación del aumento de las tasas de actividad de las mujeres en el mismo periodo de tiempo en el que ha aumentado la población, caído la natalidad y se ha terciarizado el empleo. Todos estos procesos serían interdependientes entre sí, dado que esa terciarización de la economía tiene mucho que ver con el aumento del empleo destinado a prolongar la longevidad, principalmente evitando la mortalidad. Esto aceleró la transición demográfica hacía el estadio de eficiencia reproductiva actual, que requiere de más trabajo en servicios para cubrir las necesidades de más población. Y todos esos procesos son dependientes de una abundancia material con origen en la revolución industrial y con un reparto de dicha abundancia con origen en las revoluciones políticas y sociales de los siglos XIX y XX.

Aunque es cierto que haber transitado hacía una maternidad opcional ha liberado a muchas mujeres de tener que soportar una vida de trabajos domésticos, no es cierto en absoluto que se haya dado un reparto del trabajo de cuidados a la vez que se daba esta revolución reproductiva, porque el peso lo siguen llevando las mujeres. A parte de explicaciones biológicas (sólo pueden gestar las mujeres) que no explican por qué la crianza o el cuidado de dependientes y personas mayores sigue principalmente recayendo sobre mujeres, lo que ha ocurrido es que la decisión reproductiva en la práctica se ha pospuesto a una etapa vital más adecuada. El retraso en la edad de la maternidad indica la entrada en la “edad de cuidar”, que se ha delimitado con más claridad con la implantación de medidas de conciliación laboral. La adopción de permisos de paternidad, maternidad, reducción de jornada, excedencias… marcan un antes y un después en la vida laboral de quienes tienen criaturas y sirven de indicador de la entrada en esa “edad del cuidado”.

Es cierto que progresiva y lentamente se va dando un reparto mayor al tradicional (que recordemos era todo-nada), pero bien por inercias históricas que mantienen la asignación de labores conforme a los roles históricos o bien por la existencia de limitaciones estructurales que se empiezan a visibilizar ahora, la Revolución Reproductiva que ha hecho descender la natalidad de forma drástica en décadas no ha supuesto una Revolución Feminista igual de potente.

“Somos las mismas que cuando empezamos”

Los datos son los que son: lo relativo a crianza, dependencia, vejez o sanidad depende fundamentalmente del trabajo de mujeres. A través de los datos de la Encuesta de Población Activa para el primer trimestre de 2019 se puede respaldar esta afirmación.

Entre la población ocupada, ante la pregunta de si se ha trabajado durante la última semana, las personas que respondieron que estaban de permiso por nacimiento fueron un 83,2 % mujeres. Las que estaban de excedencia por nacimiento de un hijo un 91,7% mujeres. De entre esta población se da el siguiente reparto de situaciones:

SITUACIÓN Hombres % dentro de HOMBRE % dentro de SITUACIÓNMujeres% dentro de MUJER% dentro de SITUACIÓN
Inactividad o desempleo 12.236.366 53,6%45,2%14.815.333 62,5%54,8%
Empresario con asalariados 666.929 2,9% 70,2% 282.860 1,2% 29,8%
Trabajador independiente o empresario sin asalariados 1.343.100 5,9% 65,1% 720.767 3,0% 34,9%
Miembro de una cooperativa 15.241 0,1% 60,1% 10.132 0,0% 39,9%
Ayuda en la empresa o negocio familiar 31.773 0,1% 47,3% 35.361 0,1% 52,7%
Asalariado sector público 1.417.464 6,2% 44,1% 1.796.161 7,6% 55,9%
Asalariado sector privado 7.119.139 31,2% 54,2% 6.024.984 25,4% 45,8%
Otra situación 5.468 0,0% 75,7% 1.752 0,0% 24,3%
Total 22.835.480 100,0% 49,1% 23.687.350 100,0% 50,9%

Destaca la desproporción entre la patronal (70,2 % hombres). También entre autónomos (65,1% hombres). Destaca también el desequilibrio entre trabajadores del sector público y el privado, siendo mayoría las mujeres en el sector público (55,9%) y minoría en el privado (45,8%). Esta última tendencia se confirma al consultar los sectores de actividad, en los cuales el 63% de los empleos en administración, enseñanza y sanidad están ocupados por mujeres, frente a sectores como la agricultura, la industria o el transporte en los que las mujeres ocupan menos del 40% de los empleos, destacando la construcción, donde ocupan el 8,8% de los empleos.

Por otro lado, entre la población hay un 1,1% de población sin empleo que responde que no busca empleo que es por cuidado de dependientes (menores, discapacitados, enfermos…) y un 2,7% que es por responsabilidades familiares. En ambos casos, más del 90% de quienes dan esas respuestas son mujeres.

Si además de volcar estos datos añadimos la variable edad, resulta obvia la existencia de una “edad de cuidar” que se inicia tímidamente con 25 años, con fuerza con 30 años y que separa a más mujeres que hombres del trabajo asalariado.

Lo más importante aquí es señalar el predominio de mujeres en aquellas tareas que tradicionalmente se ejercían dentro de la familia o, en el mejor de los casos, en instituciones comunitarias y hoy se encuentran dentro de los servicios públicos (educación, sanidad, dependencia…). A la vez, los sectores primarios y secundarios siguen siendo eminentemente masculinos. De esta forma, aquellos trabajos que se han extraído del patriarcado familiar tradicional para insertarse en la esfera mercantil no han eliminado esa división sexual del trabajo, sino que tan sólo la han ocultado bajo la apariencia de objetividad del empleo público y del mercado laboral.

La proporción de trabajo reproductivo no retribuido en los hogares, a la luz de los datos, mantiene una división mucho más rígida frente a la que se da en los servicios “públicos”. Eso explica la enorme desproporción entre inactivos e inactivas por motivos familiares o la disparidad en las excedencias por responsabilidades familiares. Las miles de mujeres ajenas al mercado laboral formal que se dedican a “los cuidados” muestran dos cosas: que estas tareas son mayoritariamente femeninas y que son incompatibles con el trabajo asalariado. Para profundizar en esta segunda afirmación, a la realidad que arrojan los datos hay que complementarla con las vivencias y las situaciones que indican que aun suponiendo un reparto equitativo y una holgura económica importante, los trabajos que hacen la vida posible son imposibles de sacar adelante bajo los ritmos de vida que imperan para quienes trabajan (I. Campillo & C. Olmo, 2018).

Para encontrar explicaciones tenemos que buscar en el mismo contenido del trabajo de cuidados y preguntarnos por qué el sistema económico que habitamos expulsa esos trabajos de su funcionamiento.

Como conclusiones, el marco teórico de la Revolución Reproductiva explica por qué existe una edad a partir de la cual empezamos a “cuidar”, pero no explica por qué esta profunda transformación no ha reducido la división sexual del trabajo. Para encontrar explicaciones tenemos que buscar en el mismo contenido del trabajo de cuidados y preguntarnos por qué el sistema económico que habitamos expulsa esos trabajos de su funcionamiento. Sólo así podremos poner a punto la revolución necesaria, y pendiente, para superar la división sexual del trabajo y la exclusión de los cuidados de la economía.

Bibliografía

  • Briales, Á. (2014). Para una crítica de todos los Trabajos : la teoría de la escisión del valor entre las críticas feministas del capitalismo. Encrucijadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales, 7, 153–179.
  • Campillo, I., & Olmo, C. del. (2018). Reorganizar los cuidados. ¿Y si dejamos de hacernos las suecas? Viento Sur, 156, 77–86.
  • Navarro Ruiz, C. (2017). Sobre el fetichismo como proceso social. Algunos problemas del marxismo en Roswitha Scholz. Sociedad de Estudios de Teoría Crítica (SETC), 2017, 1–6.
  • Macinnes, J., & Pérez Díaz, J. (2008). La tercera revolución de la modernidad; la revolución reproductiva. Revista Española de Investigaciones Sociológicas (REIS), 122, 89–118.
  • Pérez Orozco, A. (2014). Subversión feminista de la economía. (T. de Sueños, Ed.) (1st ed.).
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