«Las mayorías siguen pensando que derechos son privilegios»

Entrevista al periodista Paco Gómez, activista
incansable por los derechos humanos. Paco ha seguido los conflictos armados en Latinoamérica y es un luchador incansable por la dignidad de las comunidades indígenas.

A. Orihuela | Periódico CNT

Paco
Gómez Nadal (Murcia, 1971), lleva ejerciendo la labor de periodista desde los 19 años, trabajando en medios nacionales y extranjeros. Escritor, editor, activista siempre sensible a los temas sociales,
Paco ahora centra su labor
en el desarrollo de la librería asociativa La Vorágine de Santander, la cual nos sirve de excusa para conocerle un poco mejor.

Pregunta.-
Paco, tú trabajaste durante un tiempo para El País y otros medios
masivos. ¿Por qué decidiste dejarlo?

Respuesta.-
Quizá porque estar dentro de esa industria genera esquizofrenia si
tienes algo de criterio propio y de mirada crítica. En algún
momento te tienta, es embriagador saber que tus textos los leen
miles, pero eso es solo ego porque para mantenerse en esos
territorios comienzas a auto controlarte, a escribir para publicar y
no a contar para desvelar. Igual yo mantengo un componente muy
ingenuo, pero para mí el periodismo consiste en mirar para explicar
los procesos y no en producir contenido sobre los sucesos de moda
como si estuvieras en una cadena de montaje.

P.-
¿Qué diferencia hay entre trabajar para un medio del grupo PRISA o
hacerlo para un periódico como Barricada o La Tribuna de Nicaragua?

R.-
He tenido la “suerte” de trabajar en casi todos los modelos de
periódicos dominantes: los de grupo empresarial, los de propiedad
familiar clientelar, los de propaganda… Mi conclusión es que
ninguno entiende la información como un bien común, confunden la
libertad de prensa con la libertad de empresa y tienen tanto interés
en la verdad como Repsol en los bosques amazónicos. La gran
diferencia de los medios dominantes europeos es que mantienen unas
‘formas’ aparentemente basadas en la libertad y la
profesionalidad. Pero es una libertad tan formal como lo es nuestra
democracia: juego de apariencias que alimentan ese ego de los
habitantes del Norte Global que les hace pensar que son más
‘civilizados’ que los ‘bárbaros’ del Sur.

P.-
¿Qué dificultades hay para la prensa crítica en estos países?

R.-
Toda. La misma que en España, creo. Las dos principales son el
acceso al público y la financiación. El sistema deja brechas
‘formales’ para que la prensa crítica exista, pero cierra todos
los canales de distribución. Por otro lado, mientras los
mass
media
hegemónicos son financiados
directa o indirectamente por el Estado y sus empresas satélites, los
medios críticos son asfixiados económicamente. Ahora, yo creo que
algunos medios críticos, en el Sur y en el Norte, también alimentan
cotidianamente el mito de la autoexclusión. Es decir, no todo medio
crítico es bueno o digno por ser crítico. Reproducimos el sistema
mundo y algunos medios críticos tratan de manejar su pequeña
parcela de poder para manipular y torcer la realidad a su antojo.

P.-
Acabas de ser absuelto de un delito que ya contempla la nueva Ley de
Seguridad Ciudadana. ¿Qué opinas del actual recorte de libertades?

R.-
Me parece que corremos el riesgo de pensar que es ahora cuando se
recortan las libertades. Lo cierto es que ya estaban muy recortadas,
pero como aparentemente había poca conflictividad social no era tan
visible. Muchas de las personas que están pasando por los tribunales
lo hacen en base a una legislación parcheada tras el franquismo, que
es la que tenemos.

P.-
¿Crees que la respuesta ciudadana está a la altura de la crisis
económica, política y de valores?

R.- No,
no, de ninguna manera. Pero es que creo que la base del problema está
en la percepción que tiene la ciudadanía de asuntos como el poder,
los derechos o el modelo del Estado. Las mayorías, gracias al
trabajo de formación de mentes sumisas que arrastramos desde 1939
(si no de antes) siguen pensando que derechos son privilegios
concedidos desde arriba y que, por tanto, desde arriba te los pueden
quitar; siguen creyendo que vivimos una crisis económica en lugar de
aceptar que estamos ante una crisis sistémica y civilizatoria;
siguen apostando a unos valores capitalistas y, por tanto,
individualistas, que dificultan cualquier intento de respuesta
colectiva. Son esperanzadores los brotes de resistencia organizada y
anti sistémicos que están prodigando, pero me duele decir que son
aún anecdóticos.

P.-
¿Dignidad y democracia son términos que no encajan?

R.-
Para mí no, si por democracia se entiende esto que tenemos: un
sistema de delegación de la participación en castas políticas
profesionalizadas, de arbitraje social por parte de instituciones
controladas por las élites, y de una respuesta social que
obligatoriamente ‘debe’ articulada a través de sindicatos
institucionalizados (y, por tanto, adocenados a punta de recursos y
de “reconocimiento” oficial). Hay que exigir que los conceptos
‘sagrados’, como capitalismo, desarrollo o justicia, tengan
apellidos reales. Si yo tuviera que definir el régimen actual diría
que es algo así como una democracia capitalista policial y vertical.
Y aceptar eso tiene muy poco que ver con la dignidad individual y
colectiva.

P.-
¿Por qué surgió La Vorágine? ¿Qué objetivos queréis cumplir
con un espacio así?

R.-
Creemos que allá donde la vida te lleve tienes un role político que
jugar. La Vorágine sólo quiere ser, de algún modo, un espacio
transicional. Plural, diverso, no sectario y abierto a todas las
personas que en este momento están dudando del mensaje hegemónico.
De algún modo, La Vorágine facilita el encuentro y siembra
preguntas, es responsabilidad de la gente (re)conectarse y activarse
en esta tarea titánica de redignificarnos viviendo de otras formas
más dignas, más responsables más justas…

P.-
En solo un año La Vorágine se ha convertido en un referente de
activismo social en Santander, habéis hecho más de 150 actividades
y han pasado por ella casi cuatro mil personas. ¿Qué has aprendido
en este tiempo?

R.-
De todo, pero quizá en lo que nos falta mucho por aprender es en
cómo aprovechar las brechas para superar la educación de la que
todas hemos sido víctimas y de la que luego solemos ser victimarias.
Nos cuesta participar de lo colectivo, nos cuesta confiar en el
‘Otro’, nos cuesta no tratar de imponer nuestras razones o
verdades, nos cuesta ser auténticamente contrahegemónicos en ese
sentido. Estamos aprendiendo la importancia de caminar juntos y
juntas hacia una coherencia mayor entre pensamiento, discurso,
emoción y acción. Si queremos cambiar este estado de cosas debemos
reducir la brecha que hay entre esas cuatro dimensiones.

P.-
¿Cuál es la vitalidad de los movimientos sociales en Cantabria en
estos momentos?

R.-
No me siento con el conocimiento para hacer ese diagnóstico, pero sí
soy testigo del abismo que hay entre la izquierda tradicional y los
nuevos movimientos, más articulados alrededor de lo territorial y la
construcción de alternativas más integrales. En ese sentido, creo
que en los movimientos “no visibles” hay buena salud porque están
trabajando, probando, acertando, equivocándose. En los visibles, me
parece que hay una deriva muy parecida a la del resto del Estado.

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