Mujeres y sinhogarismo, invisibilizadas por el sistema

DOSIER: Autodefensa | Ilustración de Rubén y Naya Uceda | Extraído del cnt nº 435

Que la pobreza tiene rostro de mujer es una afirmación incuestionable, pero ¿dónde están las mujeres sin hogar si según las estadísticas y a simple vista hay más hombres en situación de sinhogarismo que mujeres? Los señoros ya habrán afilado sus dientes ante esta cuestión, que se relajen, no exageramos, exponemos la realidad, por mucho que duela.

Personas invisibilizadas por el sistema. Porque las propias ciudadanas no queremos ver y porque las instituciones nunca han velado por el derecho a una vivienda digna, por un trabajo digno o por la salud mental. A pesar de que la cara más extrema tiene lugar en la calle, reducir este problema a estas situaciones nos da una visión de la realidad restringida y parcial, invisibilizando más a las mujeres que sufren otros tipos de exclusión residencial. 

Dentro del significado de ‘hogar’ hay tres aspectos a tener en cuenta: el aspecto físico o espacio seguro donde poder estar; el aspecto social o derecho de intimidad; y el aspecto legal que te da derecho a estar ahí. La ausencia de estas tres dimensiones nos lleva a situaciones de sinhogarismo en las que una persona que duerme en la calle es una persona que no tiene hogar, pero también lo es una persona que se ve obligada a dormir en el suelo de una habitación o que no tiene donde ir. También una persona que se ve obligada a dormir en un albergue o refugio, en una infravivienda o pendiente de un desahucio.

Las mayoría de las cifras de estudios sobre el sinhogarismo surgen de un análisis exclusivamente de la situación de carencia de un domicilio, dejando al margen toda otra serie de situaciones de precariedad o vulnerabilidad en el alojamiento. Limitando esta definición las mujeres se encuentran menos representadas debido a que desarrollan estrategias con el fin de evitar terminar en la calle o acudir a determinados recursos pernocta ya que los perciben particularmente hostiles debido al mayor riesgo de exposición a la violencia y el abuso.

Si vivir en la calle supone una amenaza real, para las mujeres esa amenaza es mayor: La violencia machista se une a la aporofobia.

Estrategias que son condicionadas por el fuerte peso del rol de la mujer en el hogar. Muchas de ellas con el peso de vivirlo como un fracaso personal o con la pesadilla que supone la retirada de custodia de sus hijos e hijas si los tienen. Si vivir en la calle supone una amenaza real, en el caso de las mujeres esa amenaza es mayor. Agresiones, insultos, discriminación, violencia física, sexual y asesinatos. La violencia machista se une a la aporofobia.

Cualquier alternativa es mejor que vivir en la calle, ya sea compartir vivienda con familiares o amistades, trabajar como interna en una casa, seguir conviviendo con una pareja que les maltrata, dormir en el coche, alquilar un sofá o un trastero. Son solo ejemplos de cómo evitan las mujeres estar en la calle. Porque no, los albergues, regulados desde una visión androcéntrica, no son lugares seguros para ellas.

Pasan por un sinfín de sucesos vitales estresantes, experiencias que juegan un papel clave en la vida de las personas y que implican cambios significativos en las conductas con el entorno. Por eso, cuando una mujer llega a una situación de sin hogar lo hace en peores condiciones que los hombres, porque el proceso hasta llegar a ese punto es mucho más largo y, en consecuencia, más difícil es salir.

Durante el día las horas pasan despacio sin tener dónde ir. Si se dispone de algún recurso económico puede entrar a un bar y pedir una consumición para poder ir al baño. Que tengas la regla y no puedas cambiarte una compresa tranquilamente sin tener que elaborar una estrategia previa para no hacerlo en la calle o, sencillamente, puede que ni tengas una. O lavarte. O tener relaciones con un hombre en la misma situación a cambio de tener un poco de protección en la calle. Siempre intentando pasar desapercibidas ante los riesgos que corren.

Enfoque integral, soluciones adaptadas

Para abordar el problema del sinhogarismo para las mujeres, es necesario un enfoque integral y basado en la evidencia. Esto incluye proporcionar recursos económicamente asequibles, así como alojamiento seguro y estable. También es necesario abordar la violencia sexual y todas las agresiones machistas, proporcionar acceso a servicios de atención médica, otros servicios básicos, y ofrecer capacitación y oportunidades de empleo. Aunque el sinhogarismo es un problema complejo que afecta a todo tipo de personas, las mujeres son especialmente vulnerables y necesitan respuestas adaptadas.

Se calcula que en este país hay unas 30.000 personas en situación de sinhogarismo aunque las organizaciones que trabajan por estas personas estiman que unas hay unas 40.000 personas que no tienen un lugar donde vivir. Los motivos, muchos: empezar de cero tras llegar desde otro país, la pérdida del trabajo o el desahucio de su vivienda, entre otras. Con menos acceso a recursos como trabajos bien remunerados, atención médica, cuidado infantil y apoyo social, el patriarcado aumenta el riesgo de caer en situación de sinhogarismo a las mujeres.

Nominarles ‘sintecho’, indigentes, personas de la calle les revictimiza y les señala como culpables de su situación. Sin embargo no es por una mala decisión personal, es el fracaso de un sistema basado en la acumulación de riqueza, que otorga privilegios a un número cada vez más reducido de personas y condena a la mayoría a la exclusión social. Esta mayoría de población la compone la clase trabajadora, donde ninguno está a salvo de ser abandonado por el sistema. Ni teniendo trabajo.

Hay que asentar la sociedad en principios fundamentales como la dignidad de todas las personas y la igualdad. Pero convivimos en una desigualdad radical, donde la pobreza y la exclusión social (y residencial) son características propias de esta sociedad. Solo si queremos dejar de hablar de sinhogarismo tenemos un camino: atajar las problemáticas que llevan a esta situación.

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