Necesidades, emancipación social y cultura

DOSIER «Por la emancipación» | Comarcal Sur | Ilustración de Raúlowsky | Extraído del cnt nº 429

Tópico Maslow. Hasta en anuncios aparece su pirámide: Fisiológicas o supervivencia. Seguridad. Pertenencia a grupo, relación. Logro y estima. Cognitivas. Estéticas. Autorrealización.
Pero ese orden no es universal. Superados los dos primeros niveles, la prioridad para cada humano es diferente. Además, hay necesidades que expresan carencia algo imprescindible y otras, impulsos hacia algo deseable, pero no básico.

Pero como activistas nos preguntamos cada día: ¿Cómo conseguimos que una necesidad individual pueda convertirse en social? ¿Cuándo una sociedad reconoce que debe garantizar una cobertura para todas las personas y poner los medios? ¿Cómo la insatisfacción de una necesidad evoluciona a problema social reconocido por una parte significativa de la población? La concienciación es eso.

La lucha por la satisfacción de las necesidades básicas es universal ahora y siempre, mientras que la cultura es el diferente camino que tomamos para lograrlo. Tener agua cerca es una necesidad universal que una cultura resolverá con acueductos y otra, con aljibes.

Una cultura individualista o identitaria nos lleva, inevitablemente, a un intento de satisfacción de necesidades sin emancipación colectiva, fracasada, dejando atrás a otros colectivos humanos. Otra cultura más racional y colectivista intentará la emancipación, pero sin dejar atrás a nadie.

Renunciamos a nombrar. Abandonamos a diario bellas palabras como revolucionario, emancipación, razón, obrera, clase, … o peor: las vaciamos de contenido, con una hueca retórica opuesta a la práctica.

En un momento dado, el sindicalismo, y más concretamente, el anarcosindicalismo se descubre como un camino —enormemente útil— para satisfacer necesidades básicas. Su potente cultura armoniza idea con práctica, individual con colectivo, adaptándose al entorno. Trascendiendo los derechos, las colectividades respondieron a la necesidad alimentaria, educativa, sanitaria, convivencial, cultural, habitacional y de defensa, en un momento histórico arduo. La cultura anarcosindicalista considera compatible la Revolución Social con la defensa frente al fascismo, al contrario de la cultura autoritaria que da prioridad a sus objetivos, exigiendo la relegación de nuestros principios. El anarcosindicalismo elige emancipación, frente a sumisión.

Saber que otras culturas —como las comunidades amazónicas— atienden sus necesidades básicas en menos de tres horas diarias mueve, no a defender el primitivismo, sino a la reflexión: ¿Qué consideramos básico en nuestra vida? y, ¿Cuál es nuestra cultura de satisfacción de necesidades?

El desprecio por culturas decimonónicas, o del pasado siglo, olvida que cimentamos nuestra vida con evolución de aquéllas. En contradicción, vemos obsoleto el eficaz botijo, mientras adoramos exóticos atavismos. ¿No sopla un viento barredor de nuestra propia cultura emancipatoria, en favor ciego de una cultura sometedora y sumisa?

El anarcosindicalismo elige emancipación, frente a sumisión.

Satisfacer necesidades superfluas de una élite, a costa de las básicas de los demás se llama desigualdad social. Suena antiguo, pero en la historia, como el corcho, siempre flota. Si elegimos el camino individual, frente al colectivo, el corcho flota. Si descartamos nuestra cultura organizativa, nuestro lenguaje y nuestras prácticas, el corcho flota. Si abandonamos la presencialidad en nuestras relaciones, el corcho flota. Si compramos por Amazon, Bezos flota.

¿Cuándo hemos abandonado nuestra cultura?

En pequeñas renuncias, como al sistema de salud y a la prevención, contratando un seguro privado, ausente de visión de los determinantes sociales de la salud. Individualización del problema, que culpabiliza por no hacer ejercicio, pero olvida las 12 horas trabajando encadenada a mi pantalla. Tantas pequeñas renuncias: A conocer a mi vecina, porque elijo la república independiente de mi casa; y al transporte colectivo, porque prefiero el individual patinete…

Renunciamos a lectura ideológica en papel y a comentarla; a dialogar; a la reunión cara a cara con compañeros y compañeras, con amigos, con familia. En bucle con un «a ver si quedamos», que traicionaremos porque somos más fieles a la pantalla.

Renunciamos a nombrar. Abandonamos a diario bellas palabras como revolucionario, emancipación, razón, obrera, clase, … o peor: las vaciamos de contenido, con una hueca retórica opuesta a la práctica.

Cuando la clase obrera universal es un bosque, un árbol eres tú y otro, deseo ser yo.

Renunciamos a conocer a Ramón Acín, Isaac Puente, Isabel Vilà, Paco Ponzán, Lucía Sánchez, Isabel Pereira o a Joan Puig…, con su gran cultura de emancipación, práctica y divulgación.

Renunciamos a nuestra cultura organizativa experta y eficaz desde hace más de cien años, eligiendo una individualización de la lucha por la satisfacción de necesidades. Así es como desaparece la alternativa al sistema explotador (otra palabra en desuso).

Enfocándome a mejorar mi vida, renuncio a construir un mundo mejor que mejore nuestra vida.

Mientras renunciamos a nuestro patrimonio inmaterial y colectivo, otros inoculan en nuestro organismo la dispersión en múltiples causas, la pérdida creciente de la capacidad de postergación, el oportunismo, la sustitución del razonamiento por la burda descalificación basada en frases hechas.

Abandonando nuestras palabras, abandonamos los conceptos que representan y con ellos abandonamos la construcción de una vía diferente a la impuesta para nuestra evolución como humanidad globalizada.

Nuestra elección cultural revolucionaria no radica en perfeccionar una doctrina, sino en no renunciar al colapso de un sistema humanamente inviable, mediante una organización colectivista de la satisfacción de necesidades y del trabajo, impidiendo —para ello— la concentración de poder individual u oligopolio, con una economía armónica, de organización racional, flexible, sin dejar a nadie atrás.

El clima no forma el bosque… … sino que el bosque genera su propio clima.

Si las chispas oportunistas e identitarias fracasan en incendiar la unidad y supervivencia del bosque, conservando nuestra propia cultura evolucionada, sin tantas leves renuncias, habremos frenado la deforestación social con nuestro propio clima emancipatorio.

Cuando la clase obrera universal es un bosque, un árbol eres tú y otro, deseo ser yo.

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