¿Rompiendo? Fronteras

DOSIER: Autodefensa | Ilustración de Laura Maeztu (fragmento) | Extraído del cnt nº 435

No sé si el Feminismo, así en singular, es capaz de romper fronteras.

No sé si quiere, pero tampoco sé si le conviene. Claro que estoy hablando de un feminismo en específico, ese que se nombra Uno, Grande y Libre, en el que por no caber, no caben ni ellas mismas de lo reducido que se les está quedando. Sin embargo, nos engañamos cuando menos un poco, si pensamos que existe otro feminismo, así en singular y en mayúscula, al que no le beneficien las fronteras. O más bien, nos engañamos si pensamos que a la blanquitud y al Feminismo blanco no le benefician las fronteras. No sé si somos siquiera capaces de imaginar un mundo sin fronteras. Porque la frontera no es solo una valla, un muro, un océano o un desierto; es mucho más que una tierra de nadie (en realidad le pertenece al capital) en la que se dispara a seres humanos con total impunidad.

Crecí en un país con muerte en sus dos fronteras, al sur con Centroamérica y al norte con Estados Unidos. Desde que tengo memoria he escuchado noticias como: “patrulla fronteriza disparó contra una camioneta de migrantes”, “ranchero dispara a matar contra un migrante”, “mueren ahogados en el río Bravo al intentar cruzar”, “grupo de migrantes se pierde en el desierto” y así podría seguir. Mi memoria está plagada de esos titulares, mi cuerpo marcado por las fronteras que yo misma he atravesado en condiciones diametralmente opuestas a las que relato. Y sin embargo, llevo las fronteras en la piel allá donde vaya. Y no, creo que al Feminismo no le conviene romper fronteras; no recuerdo en dónde estaban las señoras feministas cuando asesinaban a migrantes en la frontera norte de México, pero tampoco las recuerdo poniendo el cuerpo cuando la violencia policial intentaba impedir el paso de la Caravana Migrante en la frontera sur hace un par de años.

Nos engañamos si pensamos que a la blanquitud y al Feminismo blanco no le benefician las fronteras. No sé si somos siquiera capaces de imaginar un mundo sin fronteras. Porque la frontera no es solo una valla, un muro, un océano o un desierto; es mucho más que una tierra de nadie (en realidad le pertenece al capital) en la que se dispara a seres humanos con total impunidad.

Eso sí, recuerdo a Las Patronas, un grupo de mujeres de Amatlán de los Reyes, Veracruz, que día tras día desde hace 30 años esperan a que pase La Bestia, el tren de carga que cruza México de sur a norte, con bolsas de comida y botellas de agua listas para lanzarlas a lxs migrantes. Estas mujeres no se nombran como feministas y sin embargo, su práctica es profundamente antipatriarcal y anticapitalista. Recuerdo los primeros años de Nuestras Hijas de Regreso a Casa, una organización de madres de desaparecidas en Ciudad Juárez, denunciando la frontera como espacio feminicida. Recuerdo a las compañeras zapatistas promulgando la Ley Revolucionaria de Mujeres, en donde ni una sola vez aparece la palabra Feminista o Feminismo.

20 años han pasado desde entonces y la necropolítica de las fronteras se ha recrudecido y el negocio se ha vuelto más rentable y me sigo preguntando ¿dónde están las Feministas? Dónde están aquí, en el territorio del Reino de España, que es el que habito a día de hoy. No recuerdo dónde estaban a finales de junio del 2022, cuando las concentraciones en repulsa a la masacre de Melilla, y si estaban no las recuerdo exigiendo responsabilidades más allá de aquellos días. Pero tampoco las recuerdo luchando contra los CIE´s o por la derogación de la Ley de Extranjería, y si no las recuerdo no es porque tenga yo mala memoria, ni porque yo misma haya estado en cada una de estas luchas y tenga ningún tipo de virtud moral para juzgar dónde y por qué no han estado las Feministas. No las recuerdo yo, como no las recuerdan muchas otras compañeras migrantes y racializadas. No conviene dinamitar ninguna frontera, porque las fronteras, además de asentar el privilegio de las vidas de primera, esas que merecen ser vividas y lloradas, refuerza la ficción de la población nativa, del nosotras contra las otras, también genera riqueza. Riqueza en la frontera con todos sus dispositivos de guerra y riqueza en las ciudades en donde los cuerpos de las mujeres negras, marrones, indígenas, son explotados y convertidos en capital.

Y sí, ya sé que habrá quienes estén leyendo esto y me digan que la clase: la clase, compañeras, también está racializada. Aquello que en algunos espacios aún se sigue coreando: «nativa o extranjera es la misma clase obrera» pues resulta que no. Pero es que además pensar en términos del binomio nativo/extranjero encierra en sí un pensamiento racista y xenófobo, por muy buenas intenciones que haya al corearlo y por mucho que crean que están siendo «aliadas», porque sigue extranjerizando a una enorme población que es la que sostiene la reproducción de la vida material y que conviene que siga siendo extranjera y a ser posible en situación de irregularidad administrativa.

Según datos de la OIT a día de hoy hay 67 millones de trabajadores domésticos en el mundo, de ellos el 80% son mujeres, de las cuales el 80% corresponde a mujeres de color. De estas mujeres muchas se están organizando de manera global para exigir derechos y no solo laborales. Hablan de migración, de racismo, de sexismo y violencias machistas. De acumulación de capital y de cadenas globales de cuidados.

Pasamos una crisis sanitaria y social, la pandemia del covid, en la que se hizo visible la esencialidad del trabajo doméstico y de cuidados, en la que mientras muchas estábamos en casa, las mujeres, sobre todo racializadas y migrantes, circulaban por la ciudad de manera invisibilizada para sostener el mundo y aun así no se regularizó en el Reino de España a ni una sola persona, ¿dónde estaban las Feministas durante los peores momentos de la pandemia? No estaban afuera del congreso exigiendo la regularización de todas esas trabajadoras esenciales.

Según datos de la OIT a día de hoy hay 67 millones de trabajadores domésticos en el mundo, de ellos el 80% son mujeres, de las cuales el 80% corresponde a mujeres de color. De estas mujeres muchas se están organizando de manera global para exigir derechos y no solo laborales. Hablan de migración, de racismo, de sexismo y violencias machistas. De acumulación de capital y de cadenas globales de cuidados. Las organizaciones de mujeres trabajadoras domésticas y de los cuidados no es algo nuevo (el primer sindicato de trabajadoras domésticas data de los años 30 del siglo XX y estaba formado por mujeres negras en USA) y son posibles porque muchas de ellas tienen trayectorias organizativas y de activismos políticos desde sus lugares de origen. Traen consigo formas ancestrales de resistencia que vienen de siglos de explotación colonial. Prácticas antipatriarcales y anticapitalistas que me temo muchas Feministas blancas no reconocerían como Feminismo.

Entonces, ¿puede El Feminismo romper fronteras? Creo que la respuesta no me toca darla a mí. Creo que tal vez si se mueven de ese lugar de privilegio de donde nos miran desde arriba y con bastante condescendencia, creo que si nos escuchan, si reconocen nuestras genealogías y nuestros aportes a los feminismos, si aprenden de nuestras estrategias de resistencia pero no de una forma extractivista, que blanquee nuestros discursos y vuelva a poner al privilegio blanco en el centro, si no desde un intercambio de saberes y conocimientos, creo que si todo esto sucede y se reconoce que el trabajo por romper fronteras es largo, cansado y que a muchas se nos irá la vida en ello, creo que tal vez entonces haya cabida para nuestros proyectos de mundo. Hace poco me decía Esther Mayoko Ortega que la pregunta es si estarán dispuestas a abolir El Feminismo. Nada mejor que sus palabras para cerrar este texto, ¿lo están, compañeras?

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