Volverán a comer las palomas al Telediario de mediodía

“Yo sé lo que es mi pintura detrás de su fachada, de su violencia,
de sus juegos de fuerza perpetuos: es algo frágil en el buen sentido,
en un sentido sublime. Es frágil como el amor.”
Nícolas Staël (en Carta a Jacques Dubourg)

He llegado a la quinta planta
donde tengo mi residencia.
He abierto la puerta y cruzado el umbral.

Movido por la costumbre del miedo
he cerrado la puerta detrás de mí.

Una vez desprendido de las apariencias
de peatón,
de propietario,
de cliente,
de vecino más o menos saludable,
más o menos confiable, etc.,
mis hombros y mis párpados
se han quebrado instintivamente
cediendo al empuje de la gravedad.

He llegado a la quinta planta
donde tengo mi residencia.
He abierto la puerta y cruzado el umbral.
He cerrado la puerta detrás de mí.
He experimentado una vez más
la homogénea y plástica quietud del silencio.
He caminado como por una pintura de Nícolas Staël,
avanzando despacio, sin un fin, por el pasillo.

Me he sentado en una silla
resoplando.
He encendido el televisor al mismo tiempo
en que he presentido la desazón
que ulteriormente colapsaría
cualquier intento de hacer o deshacer algo,
o de pensar algo, etc.

Obligándome, he pensado:
“Es trece de julio.
La calle rebosa agua de lluvia
igual que en la estación primaveral.”
En la pantalla del televisor,
igual que un charco de colores,
unos hombres hablaban,
se adulaban,
se protegían a sí mismos,
se asentían unos a otros,
sí, sí,
o se chillaban consignas
como fieras desafiándose.

He llegado a mi residencia.
He abierto la puerta y cruzado el umbral.
Luego he cerrado la puerta detrás de mí.
He pensado en el arte
y rozado el silencio.
Me he sentado en una silla.
He resoplado y encendido el televisor
He sentido nauseas
He querido expulsar la tristeza interior
He intentado plañir desde adentro,
desde el estómago,
por las ausencias,
por lo que no esta o no existe,
hasta quedar exhausto,
exánime.

A la hora en que Bohumil Hrabal
se asomó a la ventana
para dar de comer a las palomas,
he apagado el televisor.

A la hora en que Nícolas Staël
cercenó el vació desde un decimotercerpiso,
he apagado el televisor.

A la hora en que José Goytisolo
tomó el camino del aire.
A la misma hora en que Ingeborg Bachmann
vislumbró el azul
enredado entre las llamas del hogar,
he apagado el televisor.

Damián Herrera Cuesta

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