Francisco, más de lo mismo

COLUMNISTAS | ANTONIO PÉREZ

El Vaticano
lleva más de un año capitaneado por un nuevo Papa al que, por increíble que
parezca, todavía no le habíamos hecho un chaleco a su medida. Hora es de
remediarlo y de pedir perdón por nuestro descuido.

Vaya por delante que Papa es
Papa se llame como se llame. Ningún funcionario de ningún Estado, por muy alto
que haya llegado –para nosotros, “bajo que haya caído”-, cambia nunca la
política de su institución. El altísimo funcionario que atiende por Honorable Gran
Paco (HGP) es, simplemente, el más moderno –es decir, el último en llegar-. ¿En
qué ha cambiado HGP la política del Estado Vaticano? Veámoslo en tres ejemplos:

1) Pederastia. En enero 2014, HGP impidió
que la ONU tomara cartas en este asunto. Desde entonces, ¿a cuántos curas
pederastas se ha encarcelado? ¿Acaso ha disuelto a los Legionarios de Cristo,
congregación especializada en el delito sexual? Pero la podredumbre comienza en
la propia Casa de HGP: en 2010, la iglesia alemana reconoció 205 agresiones
sexuales, una cuarta parte (46) de ellas perpetradas por jesuitas. ¿Por qué HGP
no empieza purgando su propia Orden de esos sus colegas delincuentes que él
sigue llamando ‘pecadores’?

2) Banco Vaticano. En abril 2014, HGP no
sólo no eliminó el Instituto para las Obras de Religión (IOR) sino que tampoco
lo hizo más transparente. Se limitó a sustituir a los antiguos jefes por jefes
de su pandilla. Semejante cambio rutinario no puede llamarse ni siquiera renovación.

3) Política internacional. En abril 2014,
GP recibió al flamante primer ministro de Ucrania, el banquero Arseniy
Yatsenyuk (Yat, para sus amigos
gringos) Yat es fruto de un golpe de Estado abiertamente nazi –su ídolo es
Stepan Bandera, el títere que Hitler puso al frente de Ucrania- y, hoy por hoy,
cabeza del expansionismo bélico nazi. Recibiéndole, HGP imitó y regurgitó la
psicopatía ya manifestada por el Vaticano cuando, entre 1994 y 1995, el Gran
Arajai Juan Pablo II reconoció las independencias de Croacia y de Eslovenia
desencadenando así aquella destrucción de Yugoslavia que culminó con el
bombardeo de Serbia ordenado por el entonces secretario de la OTAN, el
sociolisto Javier Solana –desde la II Guerra Mundial, el primer genocida que se
atrevió a bombardear un país europeo-. 

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