La trinchera interior

DOSIER: Autodefensa | Ilustración de Karma | Extraído del cnt nº 435

Autodefensa: Gestionar la vida como un campo de batalla, como un reducto de resistencia. Siempre alerta, con los ojos bien abiertos. Siempre mirando fuera, hacia la ventana de lo moral, de lo justo. Y Sortear cada obstáculo y hacerlo en paz, con la pértiga siempre en la mano, por si hay que saltar alto…
Según Oihana Sancho, la autodefensa feminista es «…un tipo de defensa personal que aborda el empoderamiento personal y colectivo de las mujeres, con el objetivo de erradicar la violencia sexista. A diferencia de otros enfoques de autodefensa, este no se reduce a la parte física, sino que busca trabajar con las participantes temas como la apropiación del cuerpo como territorio propio y sus derechos como ciudadanas. Esto es, se podría decir que se basa en 3 pilares, la parte física, la psicológica-emocional y la grupal».

Coincide en esta triple dimensión de la autodefensa con Esther López, fundadora de Safo Eskola. Para ella, el aspecto psicológico – emocional «… es uno de los que marca la diferencia entre la autodefensa feminista y un curso de defensa personal, donde la autoestima y el feminismo no se abordan. La autodefensa feminista no solo aporta información sobre las realidades de las violencias machistas: también pone sobre la mesa el proceso de socialización por el que las mujeres son educadas para comportarse de manera recatada».

Es sin embargo la dimensión grupal la que le da sentido global al concepto. Según López, «de esta forma, el prefijo “auto” no haría referencia aquí solo a una persona, a un individuo, sino al colectivo, a la red de mujeres».

Pero, ¿de qué es exactamente de lo que tenemos que defendernos? ¿Qué es ese miedo inconsciente que nos exige estar siempre alerta? ¿Por qué sentimos la necesidad de saber responder físicamente a una agresión potencial?

La respuesta sencilla, y abrumadora. Porque tenemos MIEDO. Y no es un miedo abstracto, no es un constructo mental artificioso, es la constatación de que las agresiones existen. Según la última Macroencuesta sobre Violencia de Género, 1 de cada 2 mujeres (57,3%) residentes en España de 16 o más años han sufrido violencia a lo largo de sus vidas por ser mujeres. No está en nuestra cabeza. El mensaje está ahí, claro y conciso. Puede pasarte a ti, en cualquier momento. Y ese miedo, al más puro estilo stephenkingniano, cambia de forma y se alimenta del terror que produce en sus víctimas.
Sin embargo, hay una cuestión a la que debemos enfrentarnos, y sobre la que es necesario reflexionar. ¿De dónde surge el peligro? ¿Hacia dónde miramos? La respuesta es siempre la misma: hacia afuera. El exterior es zona prohibida para nosotras. Cualquier cosa puede pasarnos si abandonamos el espacio de lo doméstico. Es un mensaje perverso, cruel, que nos encierra en la soledad dentro de nosotras mismas. Cualquier avance en nuestra progresión social, relacional o sexual viene con un prospecto de advertencias y contraindicaciones. Es necesario recordar que, hasta hace no mucho tiempo, a las mujeres en nuestro país no les estaba permitido acceder a bares o locales de ocio sin compañía masculina, bajo pena de ser considerada “de moral ligera” o una puta, directamente. Y conseguimos adueñarnos de esos espacios pese a las señales que nos advierten de que la conquista de esa libertad viene de la mano de posibles daños hacia nuestra integridad física, bien en forma de posibles agresiones químicas (y me remito aquí a mi último artículo, «Sumisa por vocación»), de violaciones múltiples en manada, o de asesinato por salir simplemente a correr sola, como en el caso de la maestra Laura Luelmo. Y todo, por supuesto, bajo nuestra responsabilidad, puesto que somos nosotras las invasoras de un espacio que, a priori, nos es ajeno.

1 de cada 2 mujeres residentes en España de 16 o más años han sufrido violencia a lo largo de sus vidas por ser mujeres. No está en nuestra cabeza. El mensaje está ahí, claro y conciso. Puede pasarte a ti, en cualquier momento.

Y nos incorporamos también al mercado relacional a través de diferentes aplicaciones, buscando lo mismo que todos ellos: pareja sexual, disfrute físico y personal en libertad. Y de nuevo, la advertencia. En una noticia publicada este mismo mes de marzo, leemos que «(…) Según un estudio de la Federación Mujeres Jóvenes presentado este miércoles, elaborado a partir de 963 encuestas a usuarias heterosexuales de Tinder de entre 18 y 35 años, el 21,7% de las mujeres que habían quedado con hombres a través de la plataforma fueron forzadas a tener una relación sexual mediante violencia explícita. En otras palabras: de las 705 que han tenido citas, más de 150 han sido violadas, una de cada cinco. La cifra es todavía mayor si se elimina la variable de violencia explícita: el 57,9% aseguran haberse sentido presionadas para mantener sexo después de quedar con hombres de la app, que, según el informe, cuenta con 75 millones de usuarios en el mundo». Este estudio no es significativo a nivel sociológico ni estadístico, vista la muestra con la que trabajan, pero cumple bien su función. Ahí TAMPOCO debes estar. Y a partir de aquí, cualquier cosa que te ocurra seguirá siendo tu responsabilidad, porque estabas advertida. Ignorantia iuris non excusat, que dicen en Derecho.

Pero nosotras hablamos. Nos comunicamos. Y nos dolemos juntas. Y a todas las que nos ha pasado algo, todas las que somos una de cada dos, sabemos que el peligro siempre ha estado dentro, en el espacio que consideramos seguro, en el entorno que supuestamente debía protegernos. El lugar que nunca debemos abandonar. Son ellos, los que nos rodean, los que nos agreden y nos vejan. Y si apartamos titulares sensacionalistas, veremos el foco real.

Según datos del Ministerio de Interior, la violencia machista en la tercera causa de privación de libertad, después de los delitos contra el patrimonio y contra la salud pública. Y aún hoy, tenemos que incidir en que, según la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, se define la violencia de género como aquella que, “como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia”. Insisto: la tercera causa de privación de libertad en nuestro país es la violencia ejercida hacia nosotras por parejas o exparejas. En nuestro espacio. En nuestro lugar feliz. Por aquellas personas que dicen amarnos.

Yo he aprendido a defenderme de mí, de mis preconceptos y de mi falsa sensación de domesticidad adquirida. He aprendido que la primera línea de defensa son ellas, las mujeres que me rodean y que quizá sepan ver más que yo cuando no puedo abrir los ojos.

Remitiéndonos una vez más a los datos de la Macroencuesta, leemos que el 44,2% de las mujeres que han sufrido violencia sexual fuera de la pareja dicen que la agresión sucedió en una casa.
Y realmente, no me hace falta tanta información externa. Para entender realmente la dimensión de lo que está pasando, sólo tengo que alzar la mirada y hablar con ellas, con las mujeres que me rodean. »Me quedé dormida con un amigo y me desperté porque notaba que estaba penetrándome». «Mi pareja se negaba a usar preservativo, decía que en caso de problemas podíamos permitirnos un aborto». «Yo nunca he querido tener hijos, pero él insistió y así lo hicimos. Me dejó mientras estaba aún embarazada». «El chico que me gustaba me violó siendo una adolescente. Nunca lo cuento porque siempre he pensado que la culpa es mía». «Tuvimos una bronca tremenda cuando me negué a realizar una práctica sexual que a mi parecer era humillante. Él insistía, sin comprender por qué me negaba a hacer algo que a él le proporcionaría tanto placer». «Se quitó el condón en mitad del polvo, y se corrió dentro». «Dejé de trabajar cuando nació la niña, porque alguien tenía que hacerlo. Ahora que estamos separados, no encuentro la manera de volver a trabajar. Y no me siento persona». «Cuando salgo con mis amigas se enfada, me llama constantemente, o de repente enferma o me necesita con urgencia».

¿Has dejado de leer en este punto? ¿Te resulta incómodo salir de los asépticos datos de las encuestas? Porque esto es sólo un ejemplo de las muchas conversaciones que he mantenido con amigas y conocidas a lo largo del tiempo. Y todas y cada una de ellas son reales. Son la verdad y el origen del miedo. Mujeres fuertes todas, formadas y autónomas, sin capacidad de reacción ante nada de esto porque no estábamos preparadas. Porque el peligro no debía estar dentro. Y no lo vimos venir.

¿Qué debemos entender por autodefensa, pues? Yo no me siento más libre por estar físicamente más fuerte, por entrenar con dureza y saber encajar un uppercut en un momento dado. No me siento más libre por salir y emborracharme con mis amigas, a cualquier hora, en cualquier lugar.

Yo he aprendido a defenderme de mí, de mis preconceptos y de mi falsa sensación de domesticidad adquirida. He aprendido que la primera línea de defensa son ellas, las mujeres que me rodean y que quizá sepan ver más que yo cuando no puedo abrir los ojos. Y para ello, el primer y único requisito indispensable es la sinceridad. Nosotras estamos entrenadas para mentir, para fingir que todo está bien. Y asumimos el miedo a lo exterior aunque de alguna manera percibimos que nos impide llevar una vida plena y autónoma. Pero entre nosotras, las barreras deben caer. Hablar, escuchar de manera activa, es la autodefensa definitiva. Porque el peligro siempre ha estado dentro. Y no hay nada más fuerte que un abrazo para romper los esquemas del temor y del recelo.

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